— ¡Pero es que no estoy inventando!
Aquella exclamación que hizo Kokone sonaba más a un berrinche que a otra cosa, todo, menos convincente. Parecía los lamentos caprichosos de una pequeña niñita que estaba celosa de Gakupo y quería hacer todo lo posible por alejarlo de su querida hermana mayor.
Pero no, era todo lo contrario: Ya se había dado cuenta de las intenciones del hombre, que eran de todo, menos buenas.
— ¿No puedes ver que soy feliz, cierto? ¡Diantres! ¡Todos en esta familia sienten envidia incluso de hasta sus propios hermanos! ¡Es indignante! ¡Y no me lo esperaba de ti, Kokone-chan!— Exclamó Meian, entre indignada y enojada.
—Nunca podría sentir envidia de la persona a quien admiro— Susurró la hermana menor muy a lo bajo y desviando completamente la mirada.
—Desaparece de mi vista.
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—Bueno, por lo menos es mejor que estar solo como un perro — Le corrió una silla para que se sentara, como todo un caballero chapado a la antiquísima.