Bueno, ire a un concurso con este cuento y me gustaría críticas constructivas para poder mejorarlo xD
Es un solo capítulo
Agradezco tu tiempo
Es sorprendente lo efímero que puede lograr ser un día cuando no lo puedes disfrutar. Lo desesperante y cruel que es escuchar que alguien te hable y no poder contestar. Lo lacerante que es saber que alguien está a tu lado, esperando, sufriendo por ti, porque no respondes a ningún signo. El no poder dar ninguna señal que le haga saber que estas bien, y que algún día despertarás.
Y aquí estoy yo, adherido a una cama de hospital, siendo el óbice de mis seres queridos para ser felices, causando discusiones, malos momentos… separando a la familia. Como me gustaría poder expresar algo, cualquier cosa. Poder reprender a mi pequeña al escucharla discutir con su madre por su desobediencia, o como aconsejarle a mi hermano que deje a la ramera de su esposa, que varias veces ha venido a revelar sus tremendas anécdotas de cómo le ve la cara a mi hermano con otros hombres. Ya estoy harto de escuchar a esa cualquiera y no poder hacer nada.
Pero lo que más me ha hecho sufrir, lo que más me ha dolido hasta ahora, es cuando mi mujer y yo quedamos a solas. Porque ella, cuando solo estamos los dos, no aguanta, se aferra a mi brazo, me cuestiona tantas cosas que me encantaría responderle, como “¿Por qué no despiertas?” “¿Por qué me haces esto?”, me duele tanto sentir sus tibias lágrimas sobre mi cuello cuando me abraza. Me vuelve a dejar en coma no poder levantar mis brazos para poder consolarla.
Si, en coma. Por lo poco que he escuchado llevo alrededor de 2 años en coma. He ido perdiéndome de poco a poco la historia que yo quería vivir. Esa historia que yo había empezado en el momento que hice a Marcela mi esposa y que prosiguió cuando comenzó a convertirse en una familia después de que Marcela dio a luz a mi pequeña Amelya. Ella, la niña que llegó a mis brazos, la luz de mis ojos, la cual ahora tiene 6 años y sigue esperando inocentemente a que su padre despierte de este sueño tan profundo.
Hoy es uno de mis días favoritos. Esto se debe a que solamente me visitan las dos mujeres de mi vida. Mi bella esposa me recibe con un beso en la frente, benditos cálidos labios que tiene. Labios que me hacen sentir por un momento que no tengo nada, que solo estoy dormido, y que en cualquier momento puedo despertar para regresarle uno de tantos besos que ella me ha dado. Pero muy a mi pesar no se puede. Mi princesa Amelya como siempre de absurda, se abalanza a mi cuerpo, me abraza, me grita, me habla, me susurra, me pisa, me empuja, me intenta abrir los ojos con sus diminutas y tiernas manos. Tristemente todo eso en vano… Cuando su madre se da cuenta, me la quita de encima y la reprende a la pobre. Tanto me encantaría reírme cada vez que mi pequeña me hace eso, tanto me gustaría abrazarla para que sepa que la quiero…De pronto escucho que la puerta se abre, escucho a su vez que no es una enfermera por los tacones que caminan hacia mi camilla. Siento ese mismo escalofrío que cuando tengo la certeza de que la bruja de mi cuñada está en mi habitación siendo acompañada de esos débiles y sumisos pasos, propios de mi hermano. Ya no estoy solo con mi esposa e hija… Esos momentos tan mágicos que tan solo logro disfrutar este día de la semana, en un parpadear son interrumpidos y se arruinan.
-Marcela, ocupo hablar contigo, pero a solas- escuché que le dijo mi hermano a mi esposa.
-Claro, Karen ¿Podrías llevar a Amelya a comprarse algo de las máquinas del hospital? Tal vez unas galletas- oí que le dijo mi esposa a mi cuñada. ¿Por qué hace eso? ¿Por qué le encarga a mi pequeña a esa mujer horrenda? Cuanto me gustaría impedirlo.
Escucho los tacones de esa mujer y las casi inaudibles pisadas de mi pequeña desaparecer lentamente de la habitación hasta que simplemente ya no están y solo se escucha el rechinido de la puerta cerrarse.
-Marcela, ya van dos años de esto, yo ya no puedo… - decía mi hermano antes de que mi esposa lo interrumpiera.
-¡No! Si ya no quieres pagar la hospitalización lo entiendo, pero no pienso desconectarlo ¡No puedo! – gritaba mi esposa con la voz entrecortada. No creía lo que pasaba, no creía que esas fueran las palabras de mi hermano, de mi propio hermano… quería desconectarme.
-Marcela, no es el dinero, es que yo ya no puedo. Yo ya no puedo venir a este hospital. Venir a esta habitación y ver a mi hermano sin mejora alguna ¡Ahí postrado en esa cama! Me duele tener esperanzas y que no pase nada, sufro al verlo ahí, yo ya no puedo seguir sufriendo,… ¡No va a despertar!- Exclamó mi hermano. Un silencio audible apareció en la habitación.
No sabía que sentir porque más que enojo, me entristecía que mi hermano estuviera pasando por todo esto. Esto, algo que no tenía que estar pasando. Mi esposa se quedó callada pues ella sentía lo mismo. Desde el fondo ella sabía que yo ya no despertaría. Se aferraba tanto a la esperanza de que lo hiciera… pero su noble amor no debía ser egoísta. Tenía que desconectarme no solo por mi hermano, no solo por mi pequeña, sino también por ella, porque lo que ella tenía no era vida, porque un hombre postrado a una cama no te da el apoyo que necesitas… yo lo comprendía. Marcela no dijo nada, pero mi hermano comprendió su silencio, y yo, deprimido, decidí en estos días aceptar que daba mis últimos respiros, porque la luz de los días ya la había perdido hace bastante tiempo.
Era el día. Lo sabía por las enfermeras y el doctor que estaban en mi recamara, solo estaban ellos presentes, no escuchaba las voces de mi familia. Y yo estaba desesperado, intentaba con todas mis fuerzas despertar, dar una señal de que estaba consiente, mover alguna parte de mi cuerpo, ¡Cualquier cosa!
Sentí la mano del doctor que me tocaba el pecho, y luego la frente, y escuché claro como le decía a la enfermera que me desconectara pero… ¡Desperté! Lo logré.
Respiré muy profundo abriendo mis pulmones a más no poder, miré lentamente a mi alrededor, miré la cara de las enfermeras sorprendidas, y el doctor sin habla, y yo, yo no dije nada, porque no solo desperté, también recordé.
Recordé que yo antes de eso no tenía una familia, ni un hermano, ni una cuñada pesada, ni mucho menos una hija. Volví a sentir el vacío en mi corazón que tan familiar era antes de caer en coma, y de inmediato recordé la soledad de mi vida. Y en ese momento supe que todo lo que había sentido y escuchado mientras estaba en coma había sido algo de mi imaginación, solo una total mentira. No podía creer lo cálido que pude sentir cuando creí que tenía una, lo bien que se sintió cada beso que mi esposa me daba, tan real que había sido cada roce proveniente de sus manos, los escándalos que mi princesa me hacía cada que a mi cama llegaba, la angustia y la tristeza de mi hermano por verme ahí en la cama. Hasta escuchar a mi cuñada hablar de sus aventuras cochambrosas habrían sido mejor que no tener nada.
En ese momento recordé todo, y en ese momento al recordar mi vida antes del coma, noté que había vivido una simple y desolada vida con luz, llena de recuerdos vacíos como el mismo desierto a comparación de lo que fueron estos dos años de total oscuridad. En ese momento, deseé volver en coma.