—¡No!—siguió pataleando, sus brazos comenzaban a flaquear, se los lastimaba cada vez que él tiraba de ella, rasguñándoselos con el marco de la ventana.
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—A...—se mordió el labio, evitando con todas sus fuerzas dejar escapar sonido alguno. Tenerla así de cerca, que lo sometiera, le gustaba, le gustaba mucho.