Marcó sus uñas en su espalda, deslizándola por toda su extensión. Luego, se le ocurrió quitarse la blusa, quedando en sujetador, se inclinó de nuevo para pegar sus pechos a su espalda.
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Lloriqueaba, dolía mucho y él parecía disfrutarlo, pero ya no le suplicaba que parara porque, en primer lugar, sabía que él no le haría caso, y porque sabía que debía soportarlo, recordaba haberle dicho que ella podía aguantar, y lo haría, por más lastimada que saliera en el proceso.
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Le costaba seguirle el paso, sus uñas lo enloquecían. Tenía los labios suavecitos y sintió la tentación de mordisquearlos, pero se contuvo.