Observó su mano sobre su pierna y luego subió la mirada para sonreírle.
—Queda un poco lejos—informó. Miró por la ventana.
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Soltó una suave risa.
—Pues... Son suaves, redonditos... Deliciosos—apartó la mirada, un tanto avergonzado—. Son hermosos—concluyó, las manos le picaban por tocarlos.
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Se dejó caer hacia atrás y lo miró con una pequeña sonrisa, los brazos laxos a cada lado.
—Estoy a tu merced—pronunció.