—Yo también te amo — giró milimétricamente su cabeza para mirarle el rabillo del ojo, aunque sea, apenitas. De adentro de su pequeño bolso dorado sacó una cajita y la abrió como si nada, dejando expuesto a la vista dos anillos de oro amarillo puro y en el medio de las sortijas una franja de oro blanco — ¿Te quieres casar conmigo?
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—Buenas noches caballero— esa noche tenía sus típicos mechones de costados, un rodete pequeño y el resto de su cabello suelto. Quería cambiar un poco su look — No hay problema , me han dejado plantada otras veces y eso es peor.