Cuando llegó a la casa, Meian agarró el bolso de la niña y empezó a meter pañales, el biberón, ropita, abrigo, su peluche favorito y una flauta dulce que le gustaba mucho tocar. Luego se la llevó a su madre.
—Y no le des mucha azúcar luego de las seis — le aclaró. Se despidió sin antes cantarle la canción de la manito y apachurrarla toda. Con todo el apuro del mundo volvió a su querido hogar — ¿Dónde está mi Duque de Venomania? — lo buscó por todos lados de la planta baja, pero no lo encontró. Supuso que estaba arriba. Y si, efectivamente estaba en la habitación… con un slip dorado y orejas de conejo. Esta parpadeó.