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Autor Tema: Shirogane {Capítulo 1}  (Leído 4558 veces)

Schneider Desconectado
« en: Mayo 04, 2011, 01:23 pm »

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Shirogane {Capítulo 1}
« en: Mayo 04, 2011, 01:23 pm »
Bueno, lo primero que me gustaría aclarar de este FanFic es la línea temporal en la que girará. Aun no las tengo del todo confirmadas pero, probablemente, se divida en tres o cuatros etapas. Son las siguientes:

1) Naruto y el resto rondaran los siete años aproximadamente.
2) Naruto y el resto rondaran los trece años aproximadamente.
3) Naruto y el resto rondaran los quince años aproximadamente.
4) Naruto y el resto rondaran los veinte años aproximadamente.

Es posible que suprima uno de los dos lapsos temporales, seguramente sea el de los quince años ya que, según la forma que lo enfoque, este puede perder gran parte de su importancia y no servir más que para “hacer bulto”. Todo dependería de cómo decidiese enfilar los treces años (que puede que se vuelva de catorce) y disminuir los veinte a diecinueve años.

Bueno, simplemente quería aclarar ese detalle jeje. Sin más que decir, solo me cabe esperar que os guste jejeje, salu2!

Prólogo ~ El principio de todo

“El astro rey  se volverá negro, lenguas de fuego surcaran el cielo mientras que él desciende de su trono. El que cabalga el sendero de la muerte tomará la decisión y escribirá el destino del héroe. “



El rugido de la bestia hizo eco en toda la aldea mientras las lejanas explosiones comenzaban a reflejarse en las orillas del bosque, mudo espectador de todos los acontecimientos que en Konohagakure no Sato sucedieron y sucederían. La pequeña población sucumbió ante el pánico tras la amenaza a  muerte que aquel ser les traía.

Mujeres y niños huían del fuego del averno, hombres y ancianos se refugiaban ante el incansable asedio de las flamas del infierno. Shinobis y Kunoichis luchaban con valor pero las llamas habían caían como una lluvia roja que nunca se apagaría en la mente de los que tuvieron la suerte de sobrevivir.

La titánica presencia de Kyūbi no Yōko bastó para apagar cualquier atisbo de heroísmo por parte de los malaventurados que se atrevían a enfrentarle. Cualquier intento era apagado con la facilidad de quedarse quieto, nadie podía oponerse a la devastadora fuerza de la que el demonio presumía.

El Yondaime Hokage, Minato Namikaze, sabía que solo había una solución posible para tan nefasta situación, debía realizar el Shiki Fūjin y sellar el alma del Bijū en el cuerpo de su propio hijo. Su mujer, Kushina Uzumaki, estaba al borde de la muerte y, en cuando esta cayese, aquel que se hacía llamar como “Rey de los demonios” podría liberar todo su poder sin ningún tipo de constricción.

Él encaró a la bestia, dispuesto a dar la vida para salvar aquello que más amaba tras su hijo y su esposa, su hogar. La secuencia de sellos empezó bajo un decidido deseo de muerte y salvación que, sin embargo, fue interrumpido por aquel que había sido su maestro. Sandaime Hokage hacía acto de presencia para, tras apartar al líder de aldea, comenzar el mismo la secuencia de sellos que había impedido realizar a Minato.

Ante la incrédula mirada de “El relampago amarillo de la hoja”, Hiruzen Sarutobi cayó muerto segundos después bajo la atenta y espectral mirada del Shinigami. El dios de la muerte se había encargado de sellar el alma de Kyūbi en el interior de un bebe rubio justo antes de segar el alma de aquel que había solicitado sus servicios.

El Bijū desapareció ante la agonía de sus propios bramidos y los felices gritos de los guerreros que le habían retenido aun a costa de sus vidas que, sin embargo, aun no sabían de la muerte del anterior Hokage y de la esposa del actual. El luto no tardo en quedar instaurado durante tres semanas completas en conmemoración de las miles de víctimas que el zorro había traído. Minato lloraba, entre los muertos se encontraban su maestro, algunos de sus amigos y… su esposa…

Las lágrimas no dejaron de caer hasta que unas pequeñas manitas trataron de acariciar su cara al son de una risa infantil. El Yondaime no pudo evitar sonreír pese a tanto dolor al ver a su hijo entre sus brazos, no estaba solo, le tenía a él. Suspiró con resignación y, tras dejar al pequeño en su cuna, se dirigió al público. El Yondaime comenzó a hablar desde el blanco de la torre Hokage,…

… Varios años después...

–  ¡Naruto! – exclamó una voz masculina. Era Minato el que, ataviado con un delantal blanco y una sartén en la mano diestra, llamaba a gritos al irrepetible de su hijo. El paso de los años apenas había logrado hacer mella en su juvenil rostro. El único desperfecto que adornaba su expresión era el de una cicatriz en la mejilla izquierda que atravesaba el pómulo de izquierda a derecha, de arriba abajo.

– ¡Se te va a enfriar el desayuno! ¡Baja de una vez, zoquete! – reiteró, aun en voz alta, el que era considerado como uno de los mejores Shinobi de la historia y del momento. El ruido de pisadas se hizo patente en el techo de la cocina y, al cabo de los segundos, un pequeño niño se encontraba al lado del Hokage.

Pelo rubio y ojos azules eran sus rasgos más distintivos junto con las alegres marcas, a modo de bigotes, que tenía en las mejillas. No paraba de sonreír al tiempo que miraba al que era su padre, no parecía verse afectado por el hecho de que su madre hubiese muerto muchos años atrás, el día de su nacimiento.

– Vamos, date prisa o llegarás tarde a casa de Sasuke – enunció el líder de la aldea mientras acariciaba, cariñosamente, la cabeza de su hijo. El pequeño empezó a refunfuñar al verse despeinado solo para, instantes después, empezar a reírse ante los cariños que su padre le daba. Era feliz y nada parecía poder inquietar esa felicidad.

El desayuno transcurrió con tranquilidad, si se obviaba el hecho de que Minato acabó con un huevo frito en el ojo izquierdo… Era, lo que se podía decir, una vida normal para el hijo del Shinobi más grande de la aldea.



Y allí estaba el Jinchūriki, Naruto Namikaze, el hijo del actual líder de la hoja. Era un pequeño alegre y desenfadado con un claro sueño en mente que no tenía duda en anunciar: quería ser el Hokage, quería ser respetado por meritos propios y no por ser hijo de quien era.

Era por eso que se entraba él solo todas las mañanas, a escondidas, en su habitación. Era por eso que entrenaba cuando iba a jugar a casa de Sasuke Uchiha, su mejor amigo, se pasaba la tarde entrenando con él y su hermano si es que este se encontraba en casa. El autodidactismo también formaba parte de su doctrina, no consideraban adecuado dejar de entrenar ante la ausencia del hermano de Sasuke.

Siempre intentaban superarse el uno al otro aunque, la sana rivalidad entre amigos, no era nada ante el mutuo respeto que se procesaban y que, además, le procesaban el resto de chicos de su generación. No era para otra cosa, ser hijo de quien se era te garantizaba, al menos, ese “falso” respeto generado por los padres y no por ti mismo. Ambos se sentían de la misma forma, era por eso que entrenaban…

– ¡Oye! – exclamó, alegremente, el Namikaze para llamar la atención del Uchiha. – ¿Qué tal con tu hermano? – preguntó, segundos después, tras soltar un gran suspiro de puro agotamiento. Sasuke lo miró con aquellos negros y profundos ojos que a tantas niñas habían conquistado en esos bonitos, aunque efímeros, amores infantiles.

El muchacho se encogió de hombros ante la pregunta del rubio, según había entendido, llegaba hoy de su última misión. – Llegaba hoy, ¿vamos a buscarle? – comentó y cuestionó mientras miraba, de reojo, la puerta del jardín. Naruto no tuvo reparo alguno, una gran sonrisa adornó su infantil expresión para, instantes después, salir corriendo con su amigo a la espalda.



– Hermano estúpido, si quieres matarme, ¡Maldíceme!, ¡Ódiame! – dijo y exclamó, mientras se limpiaba la sangre de la cara, uno de los mayores genios de la historia del clan maldito. Uchiha Itachi, el orgullo de los suyos, había destrozado las esperanzas de aquellos que eran su familia. Solo la muerte seguía viva en aquel barrio.

– Puedes llevar una existencia despreciable si quieres. Huye… escapa… ¡Aférrate desesperadamente a la vida! – las palabras se clavaban cual daga en el pequeño corazón de su hermano. Sasuke miraba, con la mirada desencajada y un nudo en la garganta, los cuerpos de sus padres.

– Y cuando tengas unos ojos como los míos, ven a mí – terminó de decir Itachi justo antes de golpear el cuello de su hermano y dejarlo inconsciente. El clan Uchiha había sido aniquilado. Itachi había creído dejar solo a un superviviente…



El muchacho Namikaze hizo acto de presencia en el barrio de los Uchiha junto a su padre, le había seguido sin que este se diese cuenta. La problemática situación había hecho que Minato se descuidase, Naruto había visto algo que a su edad podía llegar a ser el peor de los traumas.

Trató de no llorar sin control y avanzó sin demora buscando alejarse de la nefasta escena solo para encontrarse con una peor. Su pequeño cuerpo se derrumbó sobre sus rodillas al ver la macabra escena. Las calles, teñidas por el rojo de la sangre y decoradas por las entrañas y vísceras de los habitantes del lugar, desprendían un putrefacto olor a muerte que provocó que el chico vomitase sin remedio. Aquello era demasiado; niños, mujeres y hombres yacían muertos sobre el suelo con carencia de extremidades. La cabeza de una joven de larga cabellera, el pequeño brazo de un niño, el corazón de otra víctima...

Aquello no era normal, no era una matanza, era una carnicería realizada por lo que seguramente sería el ser mas ruin del mundo en aquel momento, ¿cómo diablos había sido capaz de hacer eso? Si matar, de por sí, ya era un crimen atroz aquella tortura era todavía peor.

El chico comenzó a correr al frente con las piernas temblando observando el tétrico espectáculo dejado por el asesino. – ¡Sasuke! – exclamó, sin poder contener el llanto, el joven Jinchūriki mientras que Kyūbi se regocijaba del panorama, aquello era casi orgásmico para la bestia de nueve colas.

Minato abrió los ojos de par en par al ver a su hijo corriendo al frente, con lágrimas en los ojos, en busca del amigo que creía como perdido. “El relampago amarillo de la hoja” salió tras su hijo y, pese a que lo había alcanzado con facilidad, no logró articular palabra al ver el brillo de determinación en los ojos de su hijo. – Espera Naruto, déjame hacerlo a mí… - pidió, casi como si fuese un ruego. Su hijo le miró y negó con la cabeza, no hicieron falta las palabras, ya sabía que era lo que pensaba... “No puedo abandonar a Sasuke, ¡Me necesita!” Su mirada lo decía todo.

{Si te cuesta escribir mi Nick, puedes llamarme, simplemente "B" xD.

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« Respuesta #1 en: Mayo 22, 2011, 12:22 pm »

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Re: Shirogane {Capítulo 1}
« Respuesta #1 en: Mayo 22, 2011, 12:22 pm »
Perdón por el doble post pero quería actualizar el post, a ver si se pasa alguien xD. Bueno, espero que os guste e.e xD.

Minato abrió los ojos de par en par al ver a su hijo corriendo al frente, con lágrimas en los ojos, en busca del amigo que creía como perdido. “El relampago amarillo de la hoja” salió tras su hijo y, pese a que lo había alcanzado con facilidad, no logró articular palabra al ver el brillo de determinación en los ojos de su hijo. – Espera Naruto, déjame hacerlo a mí… - pidió, casi como si fuese un ruego. Su hijo le miró y negó con la cabeza, no hicieron falta las palabras, ya sabía que era lo que pensaba... “No puedo abandonar a Sasuke, ¡Me necesita!” Su mirada lo decía todo.

[align=center]••• Capítulo 1 ~ Dolor •••[/align]

Minato agarró, firme pero cariñosamente, el hombro izquierdo de su hijo. Lo abrazó protectoramente mientras contemplaba la macabra escena, compartiendo su dolor. El gimoteo de Naruto se ahogó en el pecho de su padre
mientras este esperaba a algo, o alguien, en silencio. El fin de aquella espera no demoró demasiado.

Diez hombres emergieron de las mismas sombras pocos minutos después. Todos, y cada uno de ellos, presentaron sus respetos ante la figura del que era su líder. Él los miró a los ojos, uno a uno, antes de dispensar ordenes. – Buscad a los supervivientes y, si encontráis a alguno, lanzadlo – encomendó con severidad.

No fue necesario decir nada más, la mirada del Hokage irradiaba dolor e ira, sabían de sobra que deberían reportar la presencia del criminal, si es que daban con él. Estaba enfadado, desprendía furia por todos los poros pero, ante todo, lo que se veía en él era una profunda tristeza.

Tristeza por los amigos perdidos, tristeza por la facilidad que había tenido el asesino para cometer aquellos actos, tristeza por lo que su hijo había tenido que contemplar, tristeza por no haberse dado cuenta antes, tristeza por ser demasiado tarde para hacer algo…

– Naruto, yo… – empezó a decir minutos después de que los Shinobi partiesen y justo antes de sentir un pequeño hormigueo. Habían lanzado uno de sus Kunai, alguien había localizado a un superviviente. – Vamos – enunció al tiempo que se levantaba y tomaba a su hijo en brazos. No hubo tiempo a nada más, lo último que quedó del Yondaime, en aquel lugar, fue una estela de color amarillo.



El sobrecogedor llanto de los suyos heló el corazón de Sasuke. La visión de la matanza  Uchiha sería una herida eterna. Se repetía una y otra vez en su cabeza, las lágrimas no lograban mitigar el dolor que aquellas imágenes le producían. El incansable acoso del Genjutsu empleado por Itachi era, simplemente, espectacular.

La macabra escena acechaba la cordura del chico. Era terrorífico el ver, una y otra vez, como tus seres queridos eran asesinados por tu ídolo sin que pudieses hacer nada… era una imagen tan real que la boca te sabía a sangre y pensabas que estabas viviéndola de verdad, en tus propias carnes… la impotencia de no hacer nada carcomía el alma del muchacho que, sin poder hacer nada para evitarlo, contemplaba como su hermano mayor, su ídolo, asesinaba a todo su clan. Daba igual la edad y el sexo, todos conocían el mismo destino, todos contribuían a alagar la pesadilla del pelinegro. – ¡Detente! – exclamó, con lágrimas en los ojos, mientras se derrumbaba en la oscuridad de su corazón…

Y, de repente, las imágenes empezaron a distorsionarse. El Uchiha empezó a sentir la debilidad de su cuerpo al recobrar el sentido y, por un momento, creyó que el mundo se lo estaba tragando. Sintió un nudo en el estomago y como la pena le subía por la garganta cuando vio, frente a él, a Naruto, llorando.



El Yondaime Hokage contempló, perplejo, como su hijo sacaba del trance al que era, probablemente, el único de los supervivientes. Los gritos y ruegos del pequeño rubio habían logrado arrancar a Sasuke de las garras del Genjutsu que, pese a todo, no reaccionaba. Su mirada relucía desorientada y confusa, no sabía ni donde estaba.

– ¡Sasuke! ¡Reacciona! – rogó el pequeño Namikaze, casi a la desesperada, mientras zarandeaba, de lado a lado, a su mejor amigo. No lo hizo, el de cabellos negros no reaccionó ante nada, no tuvo las fuerzas para ello y, simplemente, se derrumbó en los brazos de aquel que le había despertado.



Solo siete años, la villa oculta entre las hojas solo había necesitado siete años para vestirse, una vez más, de luto. Solo habían necesitado siete años para sentir el mayor de los dolores y la peor de las tristezas, solo habían necesitado siete años para volver a temer por sus vidas y las de sus hijos.

El clan Uchiha, el más respetado de todos los clanes de Konoha, había sido aniquilado por un asaltante de autoría aun desconocida. La misma tarde de la masacre ya era comidilla del pueblo aquel suceso, la misma tarde de la masacre el luto ya había comenzado.
 
La semilla de la discordia y la desidia ya se había instaurado por toda la aldea ante la posibilidad de que el criminal siguiese entre ellos. El miedo era patente, la posibilidad de que existiese un traidor era más que probable, no había ninguna forma de que alguien, por sí solo, se colase en la aldea y aniquilase todo un clan.

En el despacho del Hokage se respiraba la tensión. El rubio esperaba observaba en su asiento al principal opositor de su poder, un hombre anciano ataviado con un Kimono negro y rodeado de vendas. Daba una apariencia débil mas, aun así, era un verdadero dolor de cabeza.

–  ¡Esto es inaceptable, Namikaze! – espetó el anciano mientras golpeaba, con la palma de la mano, el escritorio del Yondaime. Lo miró con seriedad, no era nada nuevo que aquel hombre se opusiese a su mandato, era sabido por todos que deseaba y anhelaba ocupar el puesto de líder, que el poder era su mayor ambición…

– No toleraré tu insubordinación, Danzō – espetó severamente, Minato, mientras crucificaba, con la mirada, a su opositor. Este calló de inmediato, la mala suerte había querido que el actual Hokage fuese un hombre difícil de tratar y engañar, su juventud le otorgaba un vigor del cual se carecía con el paso de los años. La ingenuidad no formaba parte de su carácter, no era alguien a quien se pudiese engañar con facilidad.

– ¿Crees que no se en lo que andas metido? – declaró sin dejar de sostenerle la mirada. El llamado Danzō palideció ante las palabras de su líder, un sudor frío recorrió su espalda tras escuchar las palabras del rubio. Su inmensa presencia le hizo sentirse pequeño… se le tensaron los músculos y retrocedió varios pasos por mera inercia, ¿Qué había descubierto? Habían tantas cosas que se ocultaban en la oscuridad.

“El Relampago Amarillo de la Hoja” se dispuso a continuar con aquella sutil amenaza cuando, para su sorpresa, sintió un pequeño cosquilleo en el estómago. Miró a los lados alarmado con la única intención de salir disparado del lugar de los hechos aunque, para su desagrado, no podía abandonar aquella reunión sin dar cuentas ni explicaciones. No quería darle aquella información, tendría que esperar.

Tuvo que esperar pacientemente a que fuese, en esta ocasión, un hombre de pelo plateado, el que le diese la noticia. – ¡Sensei! – exclamó aquel Shinobi que había apercibido en la habitación sin previo aviso. Su único ojo visible, el otro estaba tapado por una máscara, reparó en la presencia del tullido. Guardó silencio.

– ¿Qué sucede, Kakashi? – cuestionó, con voz amable, el rubio. Su discípulo le observó inquisitivamente y, tras percatarse de la mirada de su maestro, supo que tenía que hacer. – ¡Se requiere de su presencia! – fue lo único que atinó a decir. La interrogante del porque quedó en el aire puesto que, el Hokage, no hizo más que disculpar el tener que marchar, justo antes de marchar.

Danzō se quedó con la palabra en la boca después de la intromisión del joven de cabellos platas, no había tenido el tiempo necesario para replicar la partida del rubio. Por un momento pensó en aprovechar su ausencia para registrar el despacho pero, tras meditarlo breves segundos, se hizo a la idea de que no saldría nada bueno de aquello. Seguramente hubiese algún Jōnnin vigilando la sala.

Se retiró del despacho sin mayor dilación, ya continuaría aquella discusión más tarde. La ambición podía moverle pero, en realidad, su mayor deseo era el de contribuir a la mejora de la aldea y, para él, una de las mejores maneras de hacerlo era asumir el cargo que Minato ostentaba…



El Yondaime había seguido, con gran velocidad, los movimientos de su alumno. Podía haberse movilizado al área en cuestión de segundos pero, por mera prevención, había decidido seguir los métodos tradicionales. Danzō tenía Shinobi por todas partes, si le veían viajando sin Kakashi y, luego, se lo comunicaban a su líder… Bueno, las cosas podían ponerse algo más complicadas.

{Si te cuesta escribir mi Nick, puedes llamarme, simplemente "B" xD.

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