Perdón por el doble post , pero era necesario.
CAPITULO CUATRO
Pasaron unos cuantos días desde la última carta que había enviado a mi madre. Aun tenía esperanza de que ella respondiera alguna de todas, a pesar de que tal vez la había herido muchísimo con mi terrible conducta luego de todo el sacrificio y esfuerzo que hizo para poder criarme como la madre soltera que había sido. Seguramente no se había dignado en escribirme desde el primero de Agosto por las mismas razones.
La verdad es que siento muchísimo en el fondo de mi corazón haber lastimado a todos de esa manera tan frívola y cruel; más aun cuando fue el turno de verla por última vez en aquel avión privado que luego me traería a este país Británico. Más que nada por la metamorfosis que tuve que hacer forzosamente para intentar, de una manera pésima, ocultar muchas de las verdaderas razones que me lastimaban y por las cuales me iba –conjuntamente con otros motivos–. Llegué a cortarme el largo cabello que tenía con un cuchillo y luego dárselo en la palma de la mano a mi padre, como diciendo que ahora la nueva Artemis (Liza) iba a ser la que predominara en mi vida a partir de ese día.
Me merezco una cachetada, hasta hoy. Y una bien fuerte.
Luego de una semana de esperar y no obtener respuesta, decidí que lo mejor era salir y recrearme para distraer un poco mi desconsolada cabeza. Ya había pasado un tiempo considerable, por lo menos para mí, y necesitaba hacer lo que fuera, incluso si eso era trabajar hasta demasiado tarde e irme de misión por un montón de tiempo en el que seguramente estaría aguardando la tan ansiada carta a nombre de “Grace Taylor”.
Como los del trabajo parecían no depender de mis servicios por esta vez y desde unos varios días de corrido, aunque seguramente me llamarían pronto para algo , me puse en acción a planificar rápidamente lo que haría para entretenerme antes que algún superior tuviera la maravillosa idea de arruinar todas mis ideas.
Tomé una libreta del cajón de la mesita de luz que estaba al lado de mi cama y un bolígrafo de tinta azul del mismo lugar. Acto seguido, escribí las cosas que quería hacer para recrearme en una lista, lo primero que se me venía a la mente, cualquier tontería al azar. Una vez que consideré que la lista estaba lo suficientemente larga y completa para mi desorbitado gusto, descarté algunas opciones y mantuve otras, tachando las que eran improbables que hiciera en el mismo día. La verdad es que ir sola a algunos de los lugares que deseaba visitar, era muy aburrido.
Aprovecharía que era de día para ir a visitar el famoso “Temple Bar” de Irlanda, uno de los barrios más carismáticos de la capital y repleto las veinticuatro horas de turistas dispuestos a ociar y gastar su dinero en restoranes, pubs y cerveza… Aunque eso era más de la vida nocturna; mientras los rayos del sol estuvieran presentes, el “Food Market” y el mercado de libros de segunda mano estaban a mi alcance. Luego disfrutaría de las primeras cosas que mencioné, cuando se hiciera de noche.
Luego también se encontraba la calle O´Connell, que por razones de tiempos –laborales y emocionales–, nunca pude terminar de recorrerlo como a mí me hubiera gustado. Eso sí, esta avenida siempre, pero siempre que fui, estaba repleta de gente. Después de todo, es una de las calles de tienda principales, junto con la “Henry Street” y “Parnell Street” (conectan con “O’Connell Street”). En O’Connell puedes encontrar numerosos monumentos, especialmente el de una aguja gigantesca que su color metálico permite fundirse con los tonos azules del cielo, un detalle bastante bonito.
En fin… me quedaba bastante por recorrer y todavía siquiera había salido de mi casa para eso.
Mencionaré lo que quedó en la lista tal cual como estaba escrito:
-Terminar de recorrer “O´Connell Street”.
-Comprar libros.
-Ir a ver artistas callejeros en “Grafton Street”.
-Tomar algo en “Bewleys's Oriental Café”.
-Cenar en algún local de “Temple Bar”.
-Ir al cine.
Me puse unas zapatillas coquetas de color negro con una franja blanca al costado y dejé mi hogar para emprender mi mini aventura en la ciudad que habían elegido para mí para vivir.
Tomé un bus que me dejaba directamente en la calle O’Connell y dejé pasar unas cuantas cuadras de la avenida hasta llegar al punto que me había quedado la última vez. Era Increíble la cantidad de negocios que copaban la zona, y yo con poco efectivo para gastar, pues todo lo que veía quería para mí. Recordé que estaba allí solamente para curiosear y no para derrochar dinero en unos cuantos caprichos; para invertir en caprichos se encontraba la venta de libros de segunda mano en “Temple Bar”.
Pasada una hora de estar caminando, vi en la distancia a la persona que menos quería cruzarme ese día y peor aún, que me llegara a reconocer entre todo aquel gentío. Era la primera vez que me quedaba paralizada de la sorpresa. Di la vuelta para irme por el lado contrario, con disimulo, según yo, y así alejarme o tomar otra ruta… Pero yo quería seguir. Lamentablemente, mi primer destino se arruinó por este tipo.
A este sujeto lo describiría como un “infeliz”, en resumen. Y lo mencioné en alguna de las cartas que le envié a mamá.
No sabía su nombre verdadero, puesto que en la organización “Sombras perdidas” solo nos conocíamos y llamábamos por nombres código que nos asignaban nuestros superiores, para así preservar nuestra identidad ante los demás miembros y ante algún conflicto que surgiera, no nos fueran a buscar para rematarnos como animales. Nadie en ese ambiente era fiable; no existían las amistades, las relaciones interpersonales… solo intentábamos ser compañeros para sobrevivir en las misiones y salvarnos de una muerte muy posible y próxima, aunque no faltaba el maldito traidor que abandonaba a su suerte a algún pobre desgraciado para resguardar su propia humanidad. En fin, el nombre ficticio de él, según mi recuerdo, era “Jeshua”. Y si se lo están preguntando, el mío era “Freischütz”.
Jeshua era, obviamente, por el personaje religioso más importante de todos los tiempos. Y obviamente, también era una inmensa ironía, pues su personalidad, se podría decir, como buen sicario, era todo lo contrario de lo que se podría esperar de un buen hombre. Tiene merecido todos los insultos de todos los colores del mundo. Un sujeto despreciable e insoportable por donde lo miraras. Sí, un infeliz, en definitiva. ¿Y saben que es lo más horrible de todo esto? Es que a pesar de ser tan indigno, había veces que me caía bien. Seguramente por su atrevido humor negro, o por aquella lengua sin pelos.
De repente, sentí una mano en el hombro. Una mano grande, masculina. No quería ni voltear para ver de quien se trataba, aunque ya sabía de quién era. Tan solo rogué internamente por mi vida para que a este tipo no se le ocurriera volarme la cabeza por cualquier estúpido motivo en frente de todas las personas en la avenida.
—Hermosa Freischütz — Me habló con aquel tono tan coqueto que solía poner cuando se dirigía a alguien que le resultaba interesante. Sí, se me heló la sangre en un santiamén.
Alcé la vista. Entrecerré los ojos, dispuesta a quebrarle el pescuezo si era necesario.
—Que grata sorpresa— Hice el tono de voz más frío que podía poner, todo para que se alejara lo más pronto posible y no me siguiera dirigiendo la palabra. Definitivamente no quería tenerlo cerca por nada en el mundo; aun me quedaban cosas por hacer en la listilla.
—No tienes porque mostrarte tan falsa conmigo, cariño —Me tomó de los hombros y me dio vuelta para quedar cara a cara con él. Tenía mucha fuerza. Estaba usando unos lentes de sol azul, bien oscuro — Después de todo, no podemos hacer una pareja mejor… en el trabajo — Largó uno de sus chistes odiosos, de esos que te daban ganas de volarle la cabeza de un disparo.
—Te agradecería que me soltaras y siguieras por tu camino. Gracias. — Cortante. Sino no me lo sacaba más de encima.
—No, no, no. Ahora que por fin nos encontramos fuera del horario de trabajo, lo mejor sería acompañarte a todos los lugares donde planeabas ir. Una señorita no puede andar sola por ahí, en la gran ciudad, exponiéndose con todos los peligros que habidos y por haber en la calle, más aun en una avenida tan concurrida como lo es esta.
Como veía que esa conversación no iba para ningún lado, me solté bruscamente de su poco delicado agarre y seguí andando en la dirección correcta para terminar de conocer las tiendas y tienditas.
— ¡Freischütz! No tienes porque ponerte así. Ya sabes cómo soy yo — Ni siquiera le eché una ojeada, pero oí como se aproximaba a paso firme hacia mí. Ya comenzaba a ponerme a la defensiva — Hermosa Freischütz, en verdad. ¿Qué tal una cita, eh? No sería mala idea para comenzar un día soleado en mi día libre, por lo menos para mí. ¿Qué mejor que tener al lado a una hermosa mujer que parece tan delicada como una rosa en invierno y es tan mortal como la mordida de una cobra?
—Ya cállate. No quiero saber que te refieres a mí por ese estúpido nombre — “Freischütz” —, y mucho menos que estés mencionando esas cosas en voz alta por la calle. No sé cómo eres, solo como te muestras, y lo que muestras es la personalidad de un cínico y un pobre idiota. Ya que pareces provocarme, si sigues molestándome te haré saber por las malas que tan mortal como cobra puedo llegar a ser… Ya te he dicho por las buenas que no quiero saber nada de ti, no me obligues a hacer lo que los dos sabemos de que soy capaz — Sonreí un poco sádica.
Se puso realmente serio. Suspiró pesadamente y pasó sus dedos por los pequeños mechoncitos de cabello que caían sobre su fino rostro, luego cruzó sus brazos para después sonreír de una forma pícara e irritante.
—Bien, pero antes de irme, tengo que decirte una cosa — Volvió a suspirar — Si crees en verdad que soy una mala persona por nuestro oficio, estás muy equivocada. Si bien las acciones de una persona definen lo que es uno, yo puedo asegurarte que nunca sería capaz de hacerte algo malo, aun si tuviera el impulso.
Pude apreciar como tragaba duro ante esa especie de confesión. Cada vez la situación se tornaba más incómoda y mi sensación de estar perdiendo el tiempo de hacía mayor.
— ¿Cómo puedo confiar en alguien que veo hacer atrocidades casi todos los días? Asienta la cabeza, por el amor de Dios. Aparte, yo que sé como en verdad eres, como ya te dije; en la organización nadie es como es.
—Te haré ganar mi confianza.
— ¿Para qué? ¿Cuál es tu propósito?
Silencio absoluto.
Se arrimó de nuevo, pero esta vez me tomó con delicadeza y de la cintura, acercó su rostro a mi oído y susurró algo tan bonito que hasta el día de hoy puedo recordar.
—Mi propósito es que me acompañes hasta, incluso, el mismo fin del mundo. Que me ames tanto como yo a ti; y no quieras que la muerte te de un beso y luego tu se lo debas devolver, porque esos labios merecen ser solamente rozados por otros que estén llenos de vida.
—No quiero seguir escuchando más… — Por alguna razón me estaba convenciendo a dejarlo disfrutar unos momentos de mi compañía, unos cinco minutos solamente.
>>Y lo que decía me llenaba profundamente de un amor romántico que creí extinto en mi vida… Después de todo, nuestra relación de amor odio, era muy marcada en el trabajo; y sentía realmente que podía empezar de cero en Dublín con esta persona. Pero estaban sus contras, que eran más que los pros. Eso me entristeció enseguida.
—Si me das una oportunidad, hoy te haré saber lo que es la diversión — Parecía suplicante, así que finalmente accedí.
Caminamos un buen rato por O’Connell hasta que los pies no nos dieron más, todo en un silencio abrumador e incómodo que alguno de los dos debíamos romper, pues desde que él había dicho sus últimas palabras , no había articulado ninguna más , seguramente para no molestarme o arruinar el momento que parecía ser pacífico.
Por dentro, yo libraba una batalla interna. Una de las razones por las cuales me había ido de Japón, no la más importante, pero si una de las principales, era por una desilusión amorosa; una desilusión tan terrible que llegó a crearme una profunda depresión con la que tengo que lidiar hasta la actualidad. Fue una experiencia tan dolorosa que me hacía saltar las lágrimas aun en Dublín cada vez que me acordaba de ello. Es espantoso enamorarte de alguien, sabiendo que puede ser un amor imposible, y saber que es difícil ser correspondida por él. El amor duele.
No quería que nuevamente esa espina en el corazón volviera a enterrarse aun con más profundidad, que lo hiciera sangrar de una forma tan cruel. Tan solo deseaba de una vez que esa molestia desapareciera por completo, que se fuera por el lugar de donde había venido. Y no era realista pensar que eso iba a pasar si permanecía al lado de una persona de la cual siquiera conocía su nombre verdadero, que además era compañero de equipo de matanza y que sabía que podía correr un grave peligro estando a su lado, no sólo porque prácticamente era un desconocido, sino por la cantidad de enemigos que uno hacía en ese medio.
Antes que la tardecita callera, a eso de las cuatro y media de la tarde, pronuncié mi primera palabra en horas.
—Vamos a “Temple Bar”. Necesito comprar un par de cosas ahí.
Jeshua sonrió y nos desviamos para allá.
Con mi miraba buscaba una librería de libros usados, hasta que hallé no una sola, sino unas cuantas. Mis ojos se iluminaron con tanta intensidad, que hasta mi compañero híper molesto se dio cuenta en un santiamén.
—Parece que te gustan demasiado los libros… Pero para eso ve y cómprate unos nuevos — Antes que dijera algo más, cayó en la cuenta y prefirió quedarse callado antes de volver a hablar tonterías — Digo, para que te duren más.
Entró conmigo a uno de los negocios y comenzamos a revolver. Hablo en plural porque él parecía que también quedó enganchado con la idea, pues se lo veía más emocionado que yo buscando en las pilas de libros de las que algunos sobresalían sus páginas viejas y amarillentas.
Mientras que yo dirigí especialmente mi atención a la sección de novelas rosas, él encontró uno que lo mantuvo entretenido por un buen lapso en la sección de poesía. La tapa era dura –creo–, y de un brillante color blanco. No estaba tan gastado, a excepción por sus esquinas, que denotaba el uso que le habían dado. Sin embargo, podría considerar que se encontraba casi nuevo.
Cerró el libro de repente y fue hacia la caja y lo pagó, entusiasmado de poseerlo apretado contra su pecho, como una quinceañera que consiguió una carta de amor de su querido chico. Por un momento creí que se iba, pero solo se recargó contra la pared del lado de afuera del negocio y abrió su nueva adquisición.
Unas horas más tarde, cuando estaba haciéndose de noche, antes que cerrara el local, fui a pagar los libros que seleccioné después de horas de estar leyendo minuciosamente los resúmenes y algunas oraciones al azar. Jeshua continuaba allí, pero esta vez sentado a un costadito en uno de los dos escalones. Ya casi terminaba su material de lectura, le faltarían dos hojas.
— Freischütz… — Me llamó suavemente, pero lo suficientemente firme como para captar mi atención rápidamente — ¿Alguna vez leíste alguna canción desesperada? O una poesía que creas que te describa perfectamente, de una manera sublime, detallada y que te haya, sobretodo, llegado al alma. O alguna que los demás te hayan dicho que plasma en una hoja de papel como te ven, sea exterior como interiormente.
¿Por qué cuando se ponía en esa actitud me resultaba realmente sensible y atractivo?
—Ninguna poesía, canción, obra o persona pudo saber definir correctamente todo en una sola cosa lo que yo represento, algo con lo que me pueda sentir completamente identificada. Pero por separado han cumplido su propósito de mantenerme entretenida, angustiándome en el proceso , alegrándome tal vez de que alguien haya captado el río de emociones internas que fluyen dentro de mí en un pequeño fragmento de escasa duración — Le clavé la vista en los ojos — ¿Por qué lo preguntas?
—Yo te veo plasmada en las poesías de Pablo Neruda — Me mostró el libro que había obtenido: “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” — La primera me convenció de que eras un ser perfecto, aun con tu actitud para conmigo — Nunca lo había notado tan rojo de la vergüenza en todo lo que llevábamos conociéndonos — Pero para eso debería verte desnuda…
—Ya la arruinaste — Fruncí el ceño.
—Fíjate en lo positivo, mujer. Te estoy diciendo que eres más que perfecta para mí, que es así como yo te veo; que aun si estuviera ciego, sería capaz de notarlo a kilómetros de distancia.
—Parece que te afectó la “Canción desesperada”.
— ¡Y no sabes cuánto! Pero este sentimiento lo tengo desde antes de leer el maldito libro, Freischütz. Tengo ese sentimiento de irme para luego volver a encontrarte de nuevo.
— ¿No querrás decir un simple “Te amo”?
—Puede ser… Pero es mucho más intenso que eso — Hizo una pausa — Te contaré un secreto al final del día.
No, definitivamente no quería lidiar con un secreto. No estaba preparada. Suficiente ya tenía con los míos.
—Olvídalo, Jeshua.
—No es algo que deba ser un peso para ti. Tiene que ver algo conmigo.
—Y pretendes que yo te diga algo mío a cambio ¿No?
—No es así… — Lo interrumpí.
—Ya te dije, va a tener que pasar un buen tiempo hasta que yo pueda considerarte alguien totalmente diferente a lo que muestras ser.
—Y yo he aceptado.
—Perfecto.
—Perfecto.
Maldito desubicado.
— ¿Qué compraste?
—Te recuerdo que no estamos en el cuarto de interrogatorios — Rechiné los dientes, completamente odiosa. Me había crispado los nervios y eso era poco en comparación de lo que verdad sentía. Tenía sentimientos encontrados; mi corazón latía fuerte por motivos desconocidos.
—Solo es curiosidad, Freischütz. Aparte sería justo que me dijeras, porque yo ya lo he hecho y no sería nada agradable que luego esté extorsionándote descaradamente para que lo escupas.
—Bastardo — Mascullé a lo bajo — Te lo diré en el camino.
Ahora ya ni ganas ni voluntad poseía para ir a comer o beber algo en algunos de los pubs o restoranes del “Temple bar”. Tan solo quería irme a mi casa a tirarme un rato y esperar hasta el amanecer para dormirme, como acostumbraba a hacerlo todos los días desde mi época de estudiante de secundaria en Alemania.
Este sujeto se asemejaba mucho a un vampiro: chupaba la energía de una a velocidades desorbitantes y récords.
Ya era de noche. Recordé, entonces, que mis pies traicioneros me conducían hacia la parada en la avenida O’Connel l, del lado del frente, para irme directamente hacia mi pequeño departamento. No deseaba bajo ningún aspecto de la vida que Jeshua supiera donde moraba , más que nada invadida por el miedo de hacerme la sola idea de que si se enojaba conmigo , era capaz de empuñar un arma y matarme a sangre fría como si solo se tratara de una liebre saltarina desprotegida en su hábitat.
—Bueno. Ya sabes cómo son las reglas — Paré el paso — Yo me voy por un lado. Tú por el otro.
Las luces delanteras del bus se aproximaban cada vez más a la parada. Estiré mi brazo antes de que llegara hasta mí.
—Llámame Mustanen Kakko.
Me mostré súper sorprendida. Buena entendedora a pocas palabras: estaba corriendo el riesgo de decirme su nombre verdadero. Con que eso se traía entre manos…
Eso hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas. Era un gesto muy dulce.
Observé su expresión triste, suplicante de que yo dijera algo para tener su aprobación. Buscaba desesperadamente mi cariño, como yo también lo hacía con otras personas.
—Yo…
Luego de eso, un beso. Uno fugaz.
— Yo me voy por un lado. Tú por el otro. Para luego volvernos a encontrar — Mustanen sonrió, se despidió de mí con la mano y se retiró lentamente.
Toqué mis labios con los dedos, sin palabras.
El bus abrió sus puertas, subí a él, perpleja.
—Mustanen Kakko— Susurré con dulzura una vez sentada.
Olvidé por completo lo de las cartas por ese día.