Hola, preciosas, gracias por sus lindos comentarios. Aquí les dejo el cap dos. Algo corto, mi musa no dio para más xD. Tengo cuenta en otro foro y tengo allí un amiguito que se llama Ladrón de Musas... creo que finalmente me robó mi musa xDDD
Capítulo 2
La chica caminó por la calle con aire despreocupado, en apariencia, porque su mirada estaba centrada en el semáforo al cual se acercaba con rapidez, haciendo cálculos mentales acerca del momento en que éste cambiaría a verde, ya que en ese instante estaba en rojo y el tráfico aprovechaba su momento para avanzar por una de las avenidas más atestadas de la ciudad.
Angélica Niro ya iba tarde a la entrevista de trabajo y uno de los requisitos de la larga lista que aparecía en la columna de la carta que le habían enviado cuando aceptaron su currículum, era ese: “Solicitantes al puesto, presentarse puntual a la cita”. Como si los malditos empresarios que atenderían la larga fila de aspirantes al puesto de secretaria, fueran a ser puntuales a la hora de solicitar su presencia ante ellos.
Suspiró al momento de apresurar sus pasos al ver como el semáforo en rojo cambiaba a la luz anaranjada que preveía a la gradual detención del tráfico, así, para cuando aparecía el color rojo, los vehículos ya debían estar detenidos para permitir a los peatones que, ansiosos, esperaban apiñados como pingüinos, uno al lado de otro, uno detrás de otro, uno delante de otro, cruzar la avenida y entre ellos, cruzó Angélica. Eran tantas personas apiñadas que fue un milagro que no se empujaran unos a otros.
Y como todas las demás personas, logró cruzar a salvo. Sin detenerse, miró su reloj y casi sintió pánico. Cinco minutos para la hora prevista y todavía debía caminar la mitad de esa cuadra, dar vuelta en la esquina y caminar casi la cuadra completa a la que desembocaría al dar vuelta, así que ya prácticamente se echó a correr.
“¡Maldición!” pensó fastidiada. “¡Llegaré tarde! ¡Malditos burócratas que no quieren darme mi licencia de conducir!”
“Lo sentimos, señorita Niro”, se habían excusado así. “No podemos hacer nada para ayudarla”
Para colmo, ya tenía un mal record en la agencia de vialidad y tránsito por tantos intentos que había hecho por obtener su licencia y por haber estado detenida una vez por haber provocado un accidente violando la ley al conducir sin licencia y aunque el accidente no había sido grave…
No, nada grave, pero al recordarlo, se dijo: “Sólo estuviste a punto de matar a la niña de esa desobligada mujer que debía sostener la mano a esa chiquilla que se me atravesó”
En fin, había sido detenida toda la noche por el oficial de tránsito que precisamente transitaba por ahí. Por supuesto, ella había culpado a la madre de la hiperactiva criatura, la madre la había culpado a ella, el oficial de tránsito había culpado la maldita hora en que se le ocurrió pasar por ahí y verse sometido a los gritos acalorados de las mujeres y a los berridos de la chiquilla que estaba muy asustada y no dejaba de llorar, culpando así a los adultos por tenerla ahí en vez de llevarla al hospital para que el pediatra le administrara un sedante para la histeria, o que le diera un dulce, o un buen pellizco para que aprendiera que no debía atravesar la calle simplemente porque sí y de paso ponerle una cadena y regresársela encadenada a su madre para que ésta última no olvidara que debía llevar bien sujeta a su criatura cada vez que saliera a la calle… ¡Por favor! ¿Cómo una cadena? ¡Era una niña berrinchuda, pero linda, no un animalito! ¡Allí la única culpable era la madre que…!
Los neumáticos de un auto se escucharon de manera estruendosa al frenar con brusquedad cuando ella, sumida en los recuerdos de aquel día en que casi atropella al animalito… quedó claro que animalito no, sino a la pequeña niña, dio vuelta en la esquina y bajó de la banqueta para atravesar la calle sin poner atención y cerciorarse que no había tráfico circulando. Tampoco pareció que escuchara el espeluznante sonido de los neumáticos, ni el ensordecedor claxon, porque siguió corriendo sin detenerse y continuar su carrera, más que nada contra el tiempo, dirigiéndose al edificio donde tendría la entrevista, así que menos vio que el auto se había desviado de su trayectoria para no atropellarla a ella, porque la repentina aparición de la joven había tomado por sorpresa al conductor, quien había terminado por estampar el auto en un delgado poste al que coronaba un laminado que tenía el dibujo de un autobús con el que anunciaba que esa área era exclusiva para que los camiones permitieran descender y ascender a las personas que eran sus pasajeros.
-¡Idiota!- gritó el conductor mientras manoteaba irritado sobre la bolsa de aire que había decidido dejar su compartimiento secreto para protegerlo en el accidente- ¡Muchacha idiota!
La espalda de la muchacha idiota llenó sus pupilas cuando el conductor se bajó del impactado vehículo y la miró alejarse, tan quitada de la pena, como si no hubiera sucedido nada.
-¡Idiota! ¡Idiota!- siguió exclamando el hombre y lanzó una maldición cuando el laminado se desprendió del delgado poste que había quedado doblado por el golpe del cofre del auto y caía sobre el mismo.
El hombre miró con acritud como el laminado había caído esquinado y arruinado la textura de la pintura. ¡Qué diablos! El golpe con el poste había arruinado toda la defensa delantera, así que lo de la lámina era un daño menor. Menos mal que ya casi llegaba a su destino, así que volvió al interior del auto un breve momento para tomar su portafolios de trabajo y después, mientras caminaba por la banqueta rumbo al domicilio al que se dirigía antes del accidente, hizo una llamada por su celular:
-Mercedes- dijo en cuanto le contestaron- tuve un accidente… ¡tranquila! ¡Estoy bien! El auto quedó en esta misma calle del edificio. Manda a Stan para que se haga cargo de él. Voy llegando…
Cerró el móvil con fuerza. El disgusto por lo sucedido había disminuido, así que para cuando llegó a su oficina, situada en el sexto piso de uno de sus edificios, de hecho, todo el sexto piso era su oficina, ya se encontraba más sereno.
-¡Señor Monarquet!- lo recibió una mujer mayor, con expresión preocupada- ¡Está bien, gracias al cielo!
-Buenos día, Mercedes- trató de brindarle una sonrisa, aunque fue muy ligera- ¿Están ya todas las solicitantes?
-La última acaba de llegar, señor, cinco minutos tarde, pero llegó. Todas están en la sala de espera.
Víctor Monarquet frunció el ceño disgustado.
-Ya comenzó mal- dijo con frialdad entrando en la privacidad de su lugar de trabajo con Mercedes detrás de él llevando en sus manos algunos folders- ¿Cuál es su currículum? Si es de las mediocres podemos despedirla ya. No quiero perder mucho tiempo con estas chicas.
Mercedes Wild sacó un folder de entre los otros diez y lo abrió ojeándolo con brevedad.
-Es de hecho, uno de los mejores, señor- le informó- ¿quiere verlo?
Víctor declinó con un movimiento de mano al momento que decía:
-Ya lo veré. Le daremos la oportunidad de la entrevista. Veamos cómo se comporta. La chica que la supla a usted, Mercedes, debe por lo menos, llegarle a los talones.
Mercedes disfrazó un repentino suspiro con una sonrisita. Las palabras de Víctor le llegaron al corazón. Lo miró casi enamorada, mientras él se sentaba detrás del amplio escritorio en el sillón de piel color negro.
Aún le costaba creer que este hombre tan atento, fuera el mismo Víctor Monarquet que hacía dos años y medio se había ido a un largo viaje. En los tres meses que habían pasado desde su regreso, la había compensado de todo el maltrato que sufrió en tiempo pasado. No podía negar que en aquel tiempo, fue un jefe déspota y cruel, pero ahora era un jefe atento y adulador, aunque seguía conservando su aire duro y hasta cierto grado, cruel, pero no con ella, que era lo que le importaba.
-Comencemos, Mercedes. Dejemos a esa impuntual para el último. Haga pasar a la primera, por favor.
A eso se refería Mercedes al pensar en Víctor como duro y cruel. No tenía compasión a la hora de dar una lección. Compadeció a la chica que ocupara su lugar. Su jefe, aunque atento y adulador, seguía siendo muy estricto en cuanto a trabajo se refería y ni mencionar en cuanto a las normas establecidas.
Se asomó a la sala de espera por una puerta que comunicaba su propia oficina con ésta y que estaba ubicada en el lado contrario de donde estaba otra puerta que comunicaba con los dominios de trabajo de Víctor.
-¿Señorita Martina Plaza?- llamó
-¿Sí?- respondió una linda chica que saltó de la silla donde había permanecido sentada desde su llegada hacía casi una hora.
-Por favor, señorita Plaza, diríjase a la puerta que está a su izquierda y entre. El señor Monarquet la recibirá ahora.
-Gracias, señora- Murmuró la chica con voz nerviosa y se dirigió a la puerta señalada.
Las demás chicas la siguieron con la mirada hasta que desapareció detrás de esa puerta.
“¡Genial!”, pensó Angélica Niro sintiéndose más fuera de lugar con cada minuto que avanzaba. Se sentía sudada y desaliñada por la carrera. Había llegado cinco minutos tarde y la mujer mayor, supuso que era la secretaria a la que una de ellas supliría, la había mirado con cierto desdén. Si eso había hecho una empleada, no quiso pensar cómo las trataría el dueño y señor de todo esto.
“Todo esto” era lo que ahora veía Angélica. Una enorme estancia que fungía como sala de espera y que tenía muebles finos y costosos. Si esta lujosa estancia era la sala donde los plebeyos esperaban, no podía imaginar cómo serían los interiores que ocultaban al dueño y señor.
Suspiró nerviosa. Rápidamente pasó la mirada sobre las otras chicas y casi se sumió en el asiento al sentirse aún más desaliñada. No se sentía competente por motivo de la belleza de todas ellas. No es que todas fueran bellas, pero se habían arreglado tan bien que parecían muy finas y lindas. Ella en cambio debía verse como se sentía.
Se pasó los dedos por la melena castaña que le llegaba a los hombros y la peinó. Sólo Dios sabía cómo lucía ahora después de haber salido corriendo de su departamento sin alcanzar a secarlo con la secadora y mucho menos se había maquillado de manera decente. Lo único que se había puesto era un poco de colorete en los labios y algo de rímel e sus onduladas y largas pestañas, lo que sabía causaba el efecto de que se vieran más largas.
“Como patas de araña”, pensó arrepintiéndose de haberse puesto el rímel. “Necesito ir al tocador para refrescarme un poco”, se dijo, pero cuando se iba a levantar, la puerta por donde había entrado la señorita Plaza se abrió y salió. Todas la miraron, pero la chica no miró a nadie. Simplemente pasó como una exhalación a su lado y se fue para siempre de allí. La primera rechazada.
Mercedes se asomó para llamar a otra chica y la dueña del nombre se levantó para perderse por la misma puerta.
“No puedo ir al tocador”, siguió Angélica con su monólogo interior. “¿Y si me llaman cuando esté allá? ¿Me darían otra oportunidad? ¿Y por qué tarda tanto el dueño y señor de todo en entrevistar a las chicas? ¿Qué tanto hace con ellas?”
Trató de recordar cómo era el dueño y señor de todo esto. En alguna ocasión lo vio en las revistas o en la sección de sociales en el periódico, pero no logró recordarlo muy bien.
“¿Cómo ha de ser?”, se preguntó distraídamente. “Seguro es como todos esos ricos insensibles, déspotas y orgullosos. Ese tipo de personas que no soporto. ¡Oh, cielos!”
Su mirada se puso brillante y se hundió más en el asiento acojinado.
“¡Cielos! ¿Por qué ahora?”
Se cruzó de piernas con inquietud al sentir el deseo de acudir al baño por razón de, ya no para refrescarse, sino porque su cerebro comenzó a mandar señales a su contenedor de líquido interno de que necesitaba desechar.
Se puso recta en la silla y siguió cruzada de piernas desobedeciendo la orden de su cerebro, controlando el deseo de ir a vaciar su vejiga. No podía dejar esta silla. ¿Qué tal si la llamaban y ella no estaba? Pero, ¿qué tal si no la llamaban enseguida? ¿Qué tal si era la última? “Awww”, susurró mientras los deseos de ir al baño crecía. Pensó que tal vez sería la última en ser llamada. Había llegado al último, ¿no es verdad?
Pero la chica que había pasado primero no era la primera que había llegado. Lo supo porque otra chica, la que sí había llegado primero, se quejó con su compañera de al lado informándole que ella había sido la primera en llegar, así que no las estaban pasando por orden de llagada.
“¡Cielos!” Se mordió los labios. Ella tenía un organismo de función inmediata. No podía contenerse mucho, pero no quería perder la oportunidad que se le había abierto de trabajar en una de las empresas más grandes, conocidas y exitosas de la ciudad. No podía ni siquiera pensar en la posibilidad de arriesgarse… ¡Y la maldita chica que había entrado no salía todavía!
“¡Maldición!”, masculló su pensamiento diez minutos más tarde. Entonces, salió la segunda y entró la tercera. “¡Esto está peor que una consulta médica en un gran hospital!”, se dijo airada. “Y eso que en el hospital duras todo el día. ¡En cuanto llamen a la cuarta, si no soy yo, corro al baño!”, se prometió y rogó para que llamaran a la siguiente pronto.
Y el involuntario vaivén de su cuerpo atrás y adelante por la urgencia que sentía, fue su manera de contenerse.
Continuará xD
Saludos.