Hola gente,
primero de todo pedir perdón por haber estado dos años ausente y sin dar señales de vida, me disculpo, mi única excusa es la universidad y unos pequeños problemas de salud que he atravesado pero que gracias a dios ya son cosa del pasado.
Nos os hacéis una idea de las ganas que tenía de volver y retomar esta historia que tantas alegría me ha dado y espero que me siga dando, ya que siempre dije que tardase lo que tardase nunca la dejaré sin acabar, sólo espero tener más tiempo a partir de ahora, que seguro que si.
Sin más demora, muchas gracias por la paciencia y el cariño, feliz año nuevo y espero que disfrutéis con este nuevo capítulo.
7. Gabriel
Hacía un frío horrible, pero eso a ella realmente no le importaba. Los vampiros soportaban los cambios de temperatura con total naturalidad. Lo que le preocupaba era el frío que sentía en su propio interior, el miedo que le atenazaba las entrañas desde que había abandonado el Ryokan. No le había costado marcharse sin despertar sospechas, era la prima de la reina y una de sus más importantes consejeras, nadie le preguntaría hacia donde iba. Fue difícil, pues no sabía si volvería a ver a sus seres queridos ya que no sabía que futuro le deparaba el ir al lugar de su visión. Pensó en Itachi y en lo preocupado que estaría en el caso de que ella no volviese. Iba a remover cielo y tierra para encontrarla pero no lo haría, ese lugar era difícil de encontrar.
Era horrible ver el esqueleto de la antigua Tokio. Casi podía ver los enormes carteles publicitarios y las grandes luces de neón iluminando las calles, el ruido de los coches y las voces de los habitantes en sus quehaceres diarios. Ahora el único sonido que se escuchaba era el de el viento aullando entre las ruinosas vigas de los edificios. Se le llenaron los ojos de lágrimas ante la dantesca devastación y luego una inmensa rabia, rabia hacia Lucifer y sus engendros. Si estuviese en su mano ella misma los despedazaría uno por uno y utilizaría sus huesos de mondadientes. Pero no era el momento de la ira y el odio. Delante de ella se encontraba un pequeño edificio en ruinas, en sus tiempos había sido una tienda de fideos instantáneos con un extraño grafitti que representaba un ojo sobre dos alas, una negra y otra blanca.
Desconocía por completo qué se hallaba tras ese muro pero por muchos escalofríos que sintiese era su deber entrar allí. Sólo sabía eso, que debía entrar y sería lo que haría. Guiada por un especie de intuición se rasgó la piel de la muñeca y frotó su sangre contra el dibujo que se hallaba en la ruinosa pared. Casi instantáneamente se escuchó un chasquido sordo y el muro empezó a desplazarse lentamente. Alecto se encontró frente a frente con un estrecho pasillo que se curvaba hacie el final y a través del cual se percibía una tenue luz. Se le puso la carne de gallina, ¿qué demonios era aquel sitio? sabía, por la aparición tanto en la profecía como en el dibujo del muro de unas alas negras, aquello tendría que estar relacionado de alguna forma con lo que estaría por suceder.
Tomando aire se adentró en el angosto espacio que se extendía ante ella y con temor escuchó como el muro volvía a cerrarse a sus espaldas.
-Tiene sentido-murmuró para sí.
Desde que había visto aquel lugar en sus visiones siempre había tenido la sensación de que era un lugar de no retorno, sin embargo allí estaba ella. Siguió el camino hacia la tenue luz para acabar llegando a una amplia estancia circular completamente vacía, salvo por un enorme altar piedra situado en el mismo centro. Inmediatamente se quedó paralizada, tumbada sobre el altar de piedra había una persona con un cuchillo clavado justo en el medio del pecho. Era una mujer, de eso no había duda alguna, e iba toda vestida de cuero negro y cargada de armas. ¿Cómo era posible que alguien que despedía esa aura de poder y con semejante arsenal armamentístico hubiese sido asesinada por un simple cuchillo? Sin embargo lo que realmente la estremecía era la sensación de conocer a aquella mujer. Desde esa distancía, ni su visión era capaz de distinguir sus rasgos faciales por lo que fue acercándose lentamente, no estaba segura de qué tipo de trampas o engaños podían esconderse en ese lugar.
En cuanto estuvo lo suficientemente cerca volvió a tomar aire y dirigió la vista hacia la cara de la desconocida. Su cuerpo se quedó literalmente congelado, las piernas le fallaron y cayó de rodillas al suelo, llevándose las manos al pecho de la impresión. No podía ser posible, se debía haber vuelto completamente loca porque sino no hallaba otra explicación a lo que estaba sucediendo allí. Reuniendo el poco autocontrol que le quedaba volvió a ponerse de pie y a mirar hacia el cuerpo.
-¿Cómo puede ser posible?-musitó, con la mano a medio camino entre su cuerpo y aquella cara que tan bien había conocido en el pasado.
Habían pasado 169 años y nunca nadie había sabido que fue de Tenten, sólo que ésta había muerto después de legarles la profecía y nada más, nadie nunca encontró su cuerpo, ni señales que pudieran dar a entender que había sucedido con sus restos y sin embargo allí estaban, incorruptibles después del paso del tiempo.
-Tócala.
Alecto se giró inmediatamente desenfundando un puñal que llevaba escondido en una de sus caderas, pero allí no había nadie, no almenos alguien que ella pudiese percibir.
-¿Quién eres? ¡Muéstrate!-exigió.
-Sólo soy un mensajero, como tú-respondió la voz, esta vez más cerca.
La espalda de la peliverde chocó contra el altar de piedra, inconscientemente había empezado a retroceder ante la presencia del intruso, porque si de una cosa estaba segura era de que quien le hablaba era un hombre.
-Si, sólo eres un mensajero, no tienes excusa para esconderte-dijo ella, intentando sonar lo más confiada posible, sólo en ese momento se había dado cuenta de que lo que hacía parecer tan etéreo al cuerpo sin vida de Tenten era un rayo de luz de luna que se filtraba por un pequeño óculo que había en la cúpula del techo de la estancia circular.
Sin descuidar la estancia en la que se hallaba, dirigió la vista hacia arriba pero solo vio un puñado de nubes que tapaban la pequeña franja que era la luna creciente.
-Antes de mostrarme quería estar seguro de qué eres quien dices ser-repitó la voz.
-Yo no he dicho que fuese nadie-contestó ella, desconcertada.
-¿Estás segura? las gotas de sangre que depositaste en la cerradura de mi santuario gritaban obscenamente que eres un oráculo pero el ADN es tan fácil de modificar que cualquiera podría engañarme incluso a mí en estos días, con Lucifer cerca, nunca se sabe.
Alecto acabó bajando el arma del todo, ¿de verdad ese ser le estaba diciendo que había leído su código genético o algo así a través de su sangre y que con ello había sido capaz de conocer sus pensamientos? la idea le resultaba tan estúpida que estuvo a punto de echarse a reir, pero el hecho de tener detrás de ella el cadáver intacto de una persona que había muerto hacía casi dos siglos hizo que se refrenase en seco, y entonces reparó en la posibilidad de que bien podría haber sido ese ser el asesino de su amiga.
-Sé lo que estás pensando-prosiguió la voz con algo parecido a pesar-Tenten se suicidó.
No supo por qué pero le creyó, era muy propio de ella, sacrificarse si así creía que ayudaría en algo y después de llevar cierto tiempo compartiendo su don, no la culpaba por haber decidido aquel final.
-Pero... ¿por qué?-preguntó descorazonada-¿por qué tuvo que ser así?
La voz suspiró.
-Es difícil comprender y aceptar el destino incluso para aquellos que pueden verlo-contestó el hombre-no es una vida fácil, creo que ya has empezado a comprenderlo.
Alectó sintió como una brisa de aire fresco le rozaba la espalda y se giró, asiendo de nuevo el mango del puñal pero sin llegar a desenfundarlo. Definitivamente no estaba preparada para afrontar al ser que se alzaba frente a ella al otro lado del altar de piedra.
-Oh, por favor, no es necesaria la violencia no quiero lastimarte-le dijo con una dulce sonrisa-soy totalmente pacífico.
La verdad era que el comentario era del todo innecesario porque Alecto se había quedado como en trance mirándolo. Delante de ella se encontraba un muchacho que no aparentaba ser mucho mayor de 15 años, era desgarbado pero transmitía gracia y fuerza y ella estaba segura de que si él quería podría destrozarla en mil pedazos. Su piel era blanca y hermosa y el pelo rizado de un color entre castaño y rubio se le enredaba detrás de las orejas. Sus dientes blancos como la leche le mostraban una sonrisa dulce y despreocupada que combinaba a la perfección con la túnica blanca y ceñida que le servía como única ropa. Pero lo que realmente había dejado a Alecto petrificada habían sido aquel par de alas blancas que se plegaban a la espalda del muchacho y esos ojos fucsia que la observaban con curiosidad, sin mencionar aquel tenue haz de luz que parecía emanar por todo su cuerpo.
Había estado preparada para muchas cosas pero desde luego no para encontrarse frente a frente con un ángel.
-A pesar del paso de los años sigo comentiendo los mismo errores-continuó él sin prestar la más mínima atención al estado de la peliverde-¿sabes? en realidad era otro quien se ocupaba de llevar los mensajes pero desde hace milenios es una tarea que me ha sido encargada a mí y todavía es hoy que no lo domino muy bien.
-Ah...-fue lo único que pudo articular ella.
-Pero que torpe soy, ni siquiera me he presentado-dijo mientras se acercaba a ella y le tendía una mano-creo que ahora se hace así ¿no? mi nombre es Gabriel, soy el arcángel mensajero.
Muy bien, estaba allí plantada junto a un cadáver incorrupto y hablando con el arcángel que había anunciado el nacimiento de Jesús.
Al ver que ella no respondía él empezó a preocuparse y luego palideció.
-Oh perdona, había olvidado esa estúpida ley de Padre sobre el bien y el mal, aunque si tú eres un oráculo de Madre no deberías sentir daño ante mi presencia, de algún modo tú y yo somos iguales.
Si, como dos gotas de agua.
-Quiero decir Madre me nombró Oráculo de los ángeles después de que ocurriese el Desastre y Padre se encerrase en sí mismo.
Alecto no entendía nada de lo que aquel ser estaba diciendo pero debía reaccionar antes de que Gabriel la tomase por una maleducada, hasta ahora parecía benévolo (era un ángel, en teoría debían ser así) pero se supone que ella era una criatura del diablo y antes de nada debía demostrar que había sido escogida por... ¿había mencionado a una Madre? como oráculo.
-Yo... me llamo Alecto, para nada es culpa vuestra, señor-contestó haciendo una reverencia-es sólo que nunca había conocido a un ser como vos.
Al menos no en todo el sentido de la palabra, Zael y él parecían la antítesis del otro.
Gabriel parecía realmente sorprendido ante la actitud de la mujer y cogiéndola de los hombros la obligó a alzarse.
-Dejemos a un lado esos tratamientos tan corteses, si antes te he parecido un poco misterioso y reservado era porque debía de cerciorarme de que eres quien dices ser y está claro de que eres Alecto, la prima de la reina Luminati Sakura Serim, y lo más importante de todo, la oráculo de mi Madre.
-¿De tu Madre?-se atrevió a preguntar-creí que era...
Él comprendió lo que ella intentaba decir.
-Un pequeño fallo producido por el paso del tiempo, Dios o Dioses, como vosotros los llamáis-dijo él-a rasgos generales puede decirse que son dos, mis creadores, los creadores de todo, en fin-dijo con un ademán de la mano-Padre y Madre.
Lo que Gabriel explicaba como si fuese la cosa más simple del mundo resultaba un tsunami que puso patas arriba todo lo que Alecto creía conocer y saber sobre el mundo.
-Madre es la que ha hecho posible que tú estés aquí, Padre está ocupado en otras cosas, pero en fin, no me corresponde a mí decidir quien y quien no debe conocer los asuntos de la familia-sentenció con algo parecido a preocupación-nosotros tenemos cosas más preocupantes de las que ocuparnos y me imagino que querrás saber por qué madre te mostró mi santuario en tus visiones.
Ella asintió, recordando el motivo por el que estaba allí, y volviendo a mirar a Tenten.
-Mencionaste algo sobre tocarla-murmuró, como si temiese perturbar la paz de la muerta.
Gabriel chasqueó la lengua, haciendo un gesto que nadie se imaginaría en un ser como él.
-Siendo sinceros no es la primera vez que llevo a cabo una conversión-le dijo-pero no comprendo por qué Madre la ha retrasado tanto tiempo después de la muerte y muecho menos por qué quiere que tú estés delante.
-¿Conversión?-preguntó asustada.
Él la miró extrañado, como si estuviese chiflada.
-Entiendo que no puedas acercarte a nada que tenga que ver con mis padre pero algo sabrás sobre lo de "...y al tercer día resucitó..." ¿no? Madre podrá ser muchas cosas pero nunca ha tenido favoritismos entre sus elegidos, lo que se aplica a uno se aplica a todos.
Alecto tuvo que hacer grandes esfuerzos para no poner cara de idiota por enésima vez, ¿a caso le estaba diciendo que iban a resucitar a Tenten?
-¿La devolverás a la vida?-preguntó esperanzada.
-Si, pero de una manera diferente a la que tú piensas-contestó él-lo que mis Padres son, lo que yo soy, y por ende lo que hacemos, no tiene nada de espiritual ni santo Alecto, esto debes entenderlo, sólo somos parte de...como decirlo sin decir demasiado-refunfuñó-parte de una civilización que existe desde antes que la vuestra y tiene una tecnología más avanzada.
-Eso quiere decir que... ¿ya no será ella?-preguntó intentando entender lo que le había dicho.
-Seguirá siendo ella, lo único que haré será modificarla un poco-respondió-será como yo.
-¿Un ángel?-preguntó asombrada, mirando el cuerpo aparentemente dormido de su antigua amiga.
Él sonrió.
-Dicho así si que parece que seamos seres espirituales y puros-bromeó-pero si Alecto, será como tú dices, un ángel.
-Pero... ¿por qué ibas a necesitarme a mí para...modificarla?-preguntó, aún más confuso si cabe.
Él compartía su misma confusión.
-La única explicación que me dio Madre fue que una vez ella se despertase tenía algo muy importante que decirle al nuevo oráculo.
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Llevaban ya tantas semanas caminando que a Hinoiri le extrañaba que no hubiesen alcanzado ya la costa sur de la isla de Honshu. Se supone que huían de Lucifer, pero el único objetivo era alejarlo de su familia por eso avanzaban tan despacio y dando tumbos sin sentido a lo largo de toda la frontera sur. Tampoco es que tuviesen ningún destino en mente, fuera del escaso territorio controlado por los Luminati y los licántropos serían atrapados inmediatamente por las hordas demoníacas y por mucho que ella estuviese dispuesta a ir de inmediato a matar a Lucifer debía ser sincera consigo misma y darle la razón a Zael cuando decía que así lo único que conseguiría era suicidarse. Además, el exángel le había asegurado que si en algún momento se le pasaba esa idea por la cabeza él mismo la amordazaría y la encerraría hasta que la guerra hubiese terminado, y ella le creía.
Al pensar en él no pudo evitar mirarlo de reojo, caminaba unos pasos más allá a su izquiera, con la mirada perdida entre la vegetación, en busca de posibles enemigos. La pelinegra no pudo evitar soltar un suspiro, esos dos meses de largas caminatas y silenciosas noches, en las que apenas si habían hablado, le habían permitido poner las cosas un poco en perspectiva. Al principio se había esforzado muchísimo en mantener vivo el rencor contra él, lo molestaba y le lanzaba reproches constantemente, pero lejos de lo que ella creía él lo aceptaba todo con resignación y le daba la razón sin poner excusas, salvo el hecho de que si se había ido sin decir nada era porque a él también lo perseguía Lucifer y la apreciaba tanto a ella y a su familia que nunca podría perdonarse si por su culpa algo malo les pasase. En ese tiempo incluso ella había entendido cuan necesario era muchas veces hacer ese tipo de sacrificio por muy dolorosos que resultasen para ambas partes, ¿a caso no era ella misma quién ahora estaba haciendo lo mismo al alejarse de su familia sin avisar por que Lucifer la perseguía? ¿y eso significaba que no le importase o no tuviese en cuenta como se pudiesen sentir a causa de ellos sus seres queridos? para nada, por ellos afrontaba el sufrimiento de verse alejada de su hogar, y por lo poco que le había dejado saber en las pocas veces que habían hablado, Zael llevaba toda su vida haciendo lo mismo, alejándose de la gente a la que llegaba a tener algo de aprecio porque escapaba de un pasado muy oscuro, que ni siquiera ella podía llegar a imaginar. ¿Cómo podía castigar ella a una persona que vivía ya en un eterno castigo? No podía decir que sintiese pena por él, porque la determinación con la que el hombre seguía en pie no era algo de lo que tener lástima, ni tampoco lo había perdonado del todo, pero ella no era mejor que él, también había defraudado a mucha gente y la habían perdonado sin ningún tipo de reproche, entonces, ¿quién era ella para ergirse en juez de nadie? Puede que no llegase a perdonarle el dolor que de pequeña le había causado, pero respetaba y hasta llegaba a admirar el duro camino que había afrontado por ello, y más que nada le agradecía las grandes lecciones de vida que le estaba dando en tan poco tiempo a aquella niña estúpida que creía saberlo todo sobre la vida.
-¿Pasa algo?-susurró él, sacándola de su ensoñación-llevas un rato largo mirándome.
Por algún motivo, el hecho de que él se diese cuenta de que estaba pensado en él la hizo sonrojarse, pero ¿qué demonios le estaba pasando? ella no se sonrojaba, nunca.
-Sólo estaba pensando en que yo ahora estoy haciendo lo mismo que tantos años te he reprochado a ti, alejarme de mis seres queridos sin siquiera darles una explicación-contestó en tono decreciente.
Zael se paró enfrente de ella y la agarró por los hombros, sorprendiéndola y haciéndola estremecer inconscientemente, al sentir la piel de sus manos rozar la de sus brazos. Él pareció sentir los mismo y por un momento pareció algo turbado pero en seguida recobró la compostura y clavo sus ojos naranjas en los fucsia de ella, algo que empeoró la situación lejos de lo que ambos pensaban.
-Nunca debes pensar que eres una mala persona por proteger a la gente que quieres-le susurró con ese coro de voz tan enigmático suyo-tú no eres una mala persona Hinoiri.
Algo en la manera de pronunciar su nombre casi provoca que el espíritu le abandone el cuerpo, estaba asustada, ¿qué era eso que le estaba pasando? ¿por qué precisamente era él quién le provocaba esas cosas? quería resistirse pero era imposible, era imposible ocultarle a esa mirada todas las miserias que se escondían en cada esquina de su alma.
-No soy buena Zael-respondió-he hecho cosas terribles, espantosas, yo...
Se tapó la cara con las manos, horrorizada ahora que volvían a ella todas aquellas imágenes horribles de aquella masacre.
El rubio no sabía muy bien que hacer, en todos sus años de vida nunca una expresión de autodesprecio lo había dejado tan desarmado como la que en esos momentos estaba viendo en la cara de Hinoiri, como si ella hubiese sido culpable de los crímenes más atroces que uno se pudiese imaginar.
La pelinegra se fue escurriendo hacia el suelo y se abrazó fuerte las rodillas, enterrando la cara en ellas, tal y como hacía cuando era pequeña y quería escapar de algo que le daba miedo.
-Los maté a todos y disfruté-susurró, con un tono completamente antinatural-sabía que estaba mal y lo hice.
Zael se sentó lentamente a su lado, ella parecía tan asustada y atormentada que temía quebrarla si hacía algún movimiento brusco, con cuidado le pasó la mano por la cabeza y la notó temblar con fuerza. Se sintió el ser más inútil del universo porque a pesar de tantos años de vida que tenía no era capaz de hallar consuelo para ella y eso le hacía sentir un dolor más fuerte incluso que el propio que acarreaba él desde largo tiempo.
-Hasta ahora me medio consolaba creyendo que mi actitud de entonces había sido por tu culpa, por te habías ido y me había dejado sola, tenía a mi familia si, pero nunca fue lo mismo no... no como cuando estabas tú, tú siempre hacías que todo pareciese tan fácil... y cuando te fuiste y comenzó el apocalipsis todo mi mundo se desmoronó, eras el centro de mi mundo Zael, te admiraba y te quería tanto y derepente no estabas y yo...
La respiración empezaba a fallarle, estaba derrumbándose delante de él, algo que había jurado no hacer nunca en su vida, pero era imposible, ella contra él era totalmente imposible, por mucho que se engañase, siempre había sido así.
-¿Qué pasó Hinoiri? ¿quién te engañó?-estaba convencido que si algo malo había pasado no podía haber sido idea de ella, alguien tendría que haberse aprovechado.
-Hubo un tiempo que fui muy mala hija Zael-contestó ella-el odio que sentía desde que te fuiste fue mi perdición en la adolescencia y en el momento de mi conversión fue una completa bomba de relojería, y lord Hakai supo aprovecharlo muy bien.
Recordaba muy bien a lord Hakai, aquella rata de ojos plata y pelo azul oscuro que parasitaba en el Consejo y se dedicaba a poner en duda cada cosa que hacían los reyes, en especial cada cosa que hacía Sakura.
-Siempre fue una serpiente ávida de poder-sentenció con desprecio.
-Y continúa siendo así-respondió-lo que hace todo aún peor.
El ánimo de Hinoiri cayó por los suelos, rozando las ganas de llorar.
-En la adolescencia empezó a interesarse por mí-continuó con repugnancia-y yo como niña idiota caí en su juego, me sentía poderosa al ver como un vampiro tan importante estaba interesado en mí, que todavía era humana.
Zael comprendió de inmediato por donde iban los tiros y no pudo evitar sentirse furioso.
-Dime que no te forzó-gruñó.
Ella se sorprendió ante su reacción, parecía furioso por alguna cosa.
-No se puede llamar así cuando ambas partes están de acuerdo-dijo ella totalmente avergonzada-lo cual demuestra lo idiota que era.
Nunca en toda su existencia se había sentido tan furioso, pensar en que ese gusano la había tocado...que ella... y el hecho de sentirse confuso ante esos sentimientos que no comprendía y no identificaba no mejoraban absolutamente nada.
-El caso es que no pasó mucho tiempo hasta que me convertí y las cosas fueron de mal en peor-continuó-por ese entonces casi no me hablaba con mis padres, ellos nunca han sabido de lo mío con Hakai y mucho menos de lo que pasó después.
Zael no sabía lo que había pasado después pero estaba cada vez más furioso.
-Cuando me convertí empecé a sentir sed, muchísima y estaba completamente absorbida por la influencia de lord Hakai, él me convenció de que como era la princesa estaba en todo mi derecho de exigir cualquier cosa y en aquel momento lo que más ansiaba era sangre humana, mucha sangre humana.
Tomó aire, cada vez se le hacía más difícil aguantar las ganas de llorar.
-Estaba tan metida en mí misma y en los cumplidos de Hakai que me enfurecí cuando mis padres me negaron lo que pedía, decían que corría el riesgo de convertirme en Sombra pero yo no les hice caso y lord Hakai no me iba a contradecir, le importaba más tenerme contenta para poder obtener un compromiso conmigo que lo que yo pudiese llegar a hacer-continuó-así que un día me escapé y di rienda suelta a todo lo que llevaba dentro Zael, masacre aldeas enteras de humanos y ni siquiera me paré a pensar en ello sólo en lo rica que sabía su sangre bajando por mi garganta y que quería más.
Había llegado a un punto en que no pudo soportarlo más y rompio a llorar, avergonzada de sí misma, del monstruo que era y por el que se castigaba a cada día y a cada hora.
-Cuando volví a mi cuarto, él me estaba esperando-continuó entre sollozos-en cuanto me miró a los ojos empezó a insultarme, las cosas que me dijo nunca se me olvidarán, sobre todo la última antes de marcharse y dejarme sola, me llamó monstruo, yo no entendía nada pero cuando me miré al espejo me quedé totalmente horrorizada, estaba llena de sangre y mis ojos... mis ojos se habían vuelto borgoña, como los de los Sombra.
No sabía en que momento Zael le había pasado el brazo por los hombros, pero sentir su cuerpo junto al de ella la reconfortó tanto que la animó a seguir hasta el final.
-Fue entonces cuando fui plenamente consciente de lo que había hecho y me volví completamente loca, me escapé de casa porque no quería seguir haciendo daño a nadie más, porque era una Sombra y...-cogió aire-no podría soportar la idea de seguir viviendo de esa manera, así que me fui e intenté suicidarme pero no había veneno por ninguna parte pero estaba tan desesperada que me prendí fuego una y otra y otra vez, pero como era de esperar solo conseguí quemar parcelas y parcelas de bosque.
El dolor y el desprecio con el que hablaba sobre sí misma hacían que Zael quisiese ir al Ryokan a matar a ese desgraciado que la había llevado hasta ese punto y luego la había tirado como un trapo cuando más lo necesitaba, pero más furioso estaba consigo mismo por no haber estado allí para ayudarla, para consolarla.
-La cuestión es que estuve tantos días, semanas y meses perdida y sin comer que por algún extraño motivo volví a ser una Luminati, no sé como sucedió, no existen precedentes pero pasó y pensé que tendría una oportunidad de ir a morir sin matar a nadie-confesó-estaba convencida que lord Hakai habría hablado y que me matarían nada más verme y al nor ser ya una Sombra no sentiría tentación de matar a nadie más así que me pareció la manera de morir perfecta, pero al llegar me encontré con que nadie sabía nada y habían estado como locos buscándome, no tuve fuerzas para decirles la verdad y volví a mi vida, soportando los chantajes de Hakai y deseando morir a cada momento.
-¡Ese bastardo! ¡lo voy a matar!-rugió Zael completamente fuera de sí.
Hinoiri estaba asustada y ella, como siempre se jactaba en decir, nunca se asustaba. Zael desprendía tal aura de enfado que podía notar el aire vibrar a su alrededor, pero, ¿por qué se enfadaba? Hakai era un bastardo si pero el monstruo era ella, fue ella quien había matado a todos esos inocentes.
-La culpa fue sólo mía Zael, soy un monstruo, solo era cuestión de tiempo...
-¡No!-gritó él avalanzándose sobre ella y haciéndola enmudecer-¡él estaba contigo! ¡tendría que haberte dicho lo que era! ¡haberte ayudado! ¡no dejarte sola! yo... tenía que haber sabido... es mi deber saberlo...
Estaba absolutamente inmovilizada entre el suelo y el cuerpo de él. Era una completa locura, debería estar asustada, él estaba como ido, pero sólo era capaz de sentirlo ahí, justo encima de ella, enviando corrientes eléctricas por todo su cuerpo. Demonios era Zael, le había contado cuentos de pequeña era casi hasta incestuoso sentir esas ansias por sentir más y el hecho de que él no hiciese nada por retirarse no ayudaba.
-No podías saberlo Zael, estabas lejos-susurró.
Él se había tranquilizado de golpe o eso creía de ella porque por dentro el rubio estaba experimentando un volcán de emociones que lo mantenía inmóvil. Él había visto a esa mujer desde bebé, la había acunado y curado las heridas de pequeña y ahora estaba al borde de entrar en la más completa locura al sentir el roce de sus caderas con las de él. ¿Qué demonios era esa tortura? ¿otra especie de broma divina?
-Ya, siempre estoy lejos, y mejor así-dijo intentando apartarse, pero ella no le dejó-Hinoiri, ¿qué haces?
Los ojos de ella brillaban de una manera tan magnética que no había manera de desprenderse de aquella mirada.
-Yo no creo que eso sea mejor y es hora de que tú te lo quites de la cabeza o sino...-por un momento pareció bacilar-sino seré yo misma quien te convenza de lo contrario.
Al ver que él no hacía nada y estaba totalmente confundido, de hecho librando la misma lucha interna que ella, decidió hacer lo único que podía hacer. Besarle.