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Autor Tema: Una Historia Contada de la A a la Z (Z) FIN  (Leído 116051 veces)

Nostalgie Desconectado
« Respuesta #20 en: Agosto 10, 2016, 02:24 pm »

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Re:Una Historia Contada de la A a la Z (S)
« Respuesta #20 en: Agosto 10, 2016, 02:24 pm »
T de Torre

Ladera abajo, siguieron por un sendero rocoso acercándose al manantial del arcoíris, contemplando mejor el arco que nacía de una orilla levantándose para caer en la otra y lo más sorprendente, cuando menos para Santiago que jamás había visto escena igual, es que los colores se reflejaron en ellos, por lo que sus cuerpos parecieron teñirse de rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta, aunque de forma desordenada.

Maravillado, Santiago se miró a sí mismo y sin poder evitarlo, levantó las manos, se inclinó hacia adelante para imitar la forma del arco y de inmediato los colores se acomodaron como en el original.

El hombre sonrió al mirarse los brazos, notando la colorida formación.

Tahiel movió la cabeza de un lado para otro, serio. Miró a Eliv, y se preguntó de nuevo cómo pudo dejar a los suyos... abandonarlo a él que tanto la quería, por ese ser tan insignificante.

Él y Eliv se conocían desde pequeños. El elfo casi vivía en el árbol de ella, pues entre los dos había nacido una preciosa amistad que se fortaleció con el pasar del largo tiempo que tenían conviviendo juntos; más años que los que el humano pudiera imaginar.

¿Cuántas veces le cantaron con sus melodiosas voces a la luna? Perdida la cuenta estaba. ¿Cuántas veces se pasaron noches enteras conversando de sus asuntos, compartiendo sentimientos, tristeza, dolor, alegría, afecto? Sin duda casi todas las de sus vidas. ¿Y cuántas veces combatieron juntos algún peligro, haciendo siempre equipo? No quería recordarlo, porque al rememorar el pasado le volvía ese desagradable sentimiento de impotencia y pérdida que lo embargó cuando ella se fue.

Jamás le confesó un amor romántico, pero sí, la amaba de esa manera, era por eso que en cuanto todo comenzó a ir mal, aprovechó el pretexto válido para ir a buscarla, deseoso de verla, porque sabía que esa sería la última oportunidad de tenerla a su lado, pues Eliv tenía que irse de nuevo y ahora sí, para siempre.

Así que al volver su mirada al hombre que le había robado a Eliv, poniéndola en esa situación, lo detestó mucho más todavía.

Mas Santiago estaba encantado con lo que miraba a su alrededor, incapaz de sospechar siquiera los pensamientos de Tahiel, quien lo observó caminar a lo largo del cálido lago hasta una nube en forma de torbellino que se levantaba alto al final de éste, pero dentro del agua.

La nube era gruesa y gris, moviéndose en una rotación tranquila, produciendo el sonido de una cascada, y era como un filtro a los colores, pero los tintes al pasar a través de ella, cambiaban el tono dando a luz una infinidad de otros colores que no eran propios del arco, embelleciendo más el panorama.

—¡Wow! ¡fantástico!

Eliv sonrió más ante la incredulidad de Santiago, quien parecía no querer irse, pero no había tiempo que perder, así que tomándolo del brazo, le dijo:

—Vamos, que nos urge llegar a mi comunidad.

Izaro le murmuró a Tahiel en el oído, pues había permanecido parada sobre su hombro: "Por fin podemos continuar."

El elfo, más serio si cabe, solo asintió.

De esa manera dejaron atrás el manantial y después de un par de horas, el paisaje cambió.

Ante ellos se alzaban formaciones de roca, como torres, todas cubiertas de musgo, así como el suelo que pisaban, pues una gruesa capa lo cubría a cientos de metros a la redonda y había en ellas algo parecido a las ventanas en las partes de arriba, pero carecían de puerta.

—Parecen edificios —comentó Santiago mirando en especial una torre, pues le pareció ver a alguien en uno de los huecos—. ¿Alguien vive aquí?

—Mejor es que tomemos otro camino —sugirió Tahiel notando que el lugar estaba más callado que nunca.

Antes era un lugar que podía considerarse seguro, pero con todo lo que estaba aconteciendo, ya no podía asegurar que lo fuera. Y menos conociendo a la raza que vivía ahí, una que tenía muy mala fama y que estaría feliz con la eterna oscuridad.

Y la razón en sus pensamientos se mostró enseguida cuando el suelo musgoso bajo los pies de Santiago se abrió y comenzó a tragárselo y Tahiel gritó:

—¡Es un trol!

Nostalgie Desconectado
« Respuesta #21 en: Agosto 14, 2016, 05:50 pm »

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Re:Una Historia Contada de la A a la Z (T)
« Respuesta #21 en: Agosto 14, 2016, 05:50 pm »
U de Unión

Santiago pataleó al sentir que alguien lo jalaba por los pies, tratando de llevarlo por completo bajo tierra, pero Eliv, levantando las manos, utilizando el poder que tenía para darle voluntad a cualquier tipo de plantas —puesto que ya estaba en su mundo—, hizo que el musgo se moviera bajando alrededor de Santiago, tejiéndolo firme y fuerte, utilizando la estructura filamentosa que tenían a modo de raíz para fortalecer el tejido.

Y a medida que el musgo descendía, produjo también que se apartaran las manos de aquella criatura que lo sujetaba, formando después una especie de cuna bajo los pies de su esposo, la que comenzó a elevarse sacando a Santiago que se había sumido hasta el pecho.

El sorprendido hombre no tuvo tiempo de preguntar qué había sucedido, porque de inmediato otras partes de la tierra musgosa se abrieron y aparecieron unas cabezas calvas, los rostros luciendo ojos hundidos y oscuros, profundos, sin cejas. Nariz muy grande, como las orejas que terminaban en punta, pero no estaban levantadas hacia arriba, sino que se extendían a los lados.

Después de la cabeza, los cuerpos emergieron. Una veintena de figuras antropomorfas cubiertas por una larga túnica negra, dejando solamente al descubierto la piel del cuello, que era muy blanca como la del rostro, puesto que casi nunca se exponían a la luz del sol. Del tamaño de un hombre de estatura media, pero robustos, bastante feos a la vista del asustado Santiago, además de que podían verse sus expresiones feroces, llenas de malicia.

Eran una especie de trol que vivía bajo tierra, aunque las torres de piedra les pertenecían, porque las usaban para vigilar la superficie desde la altura. Ellos podía acceder a ellas por debajo, era por ello que no tenían puertas.

—Queremos al humano —dijo uno de ellos, hablando en un idioma que Santiago no comprendió.

Tahiel levantó el arco, preparándolo con una flecha mientras que rápidamente, Eliv creo una barrera de musgo entre los troles y ellos, pero no tan alta para que pudieran verse.

—¿Qué quieren con él?— les preguntó Tahiel en la misma lengua, apuntando al que parecía el líder, el mismo que había hablado.

—La unión con los elfos oscuros será un hecho si impedimos que la driada y el humano lleguen a la comunidad de ella.

—¿Se han aliado con ellos? —cuestionó Eliv sorprendida, pues aunque ambas razas preferían las sombras, no tenían mucho que ver una con la otra.

—¿De qué están hablando? —inquirió Santiago a Eliv, ansioso por saber lo que decían.

Mas la driada no le respondió, sino que puso atención a las siguientes palabras del trol.

—Cuando la noche eterna culmine, sobrevivirán aquellos que están acostumbrados a la oscuridad, así que, ¿por qué no hacer alianza con ellos si nos han prometido respetar nuestros clanes?

Entonces, al hablar de la noche eterna, el trol miró al cielo en dirección del nacimiento del sol y al seguir Eliv y Tahiel su mirada, se preocuparon al ver una panorámica umbría. El mal presagio ante la avanzada del sombreado fue siniestro.

El sol estaba cayendo, era por eso que los troles habían salido de sus madrigueras, pero era posible que el día siguiente no viera nunca más la luz.

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« Respuesta #22 en: Agosto 16, 2016, 05:49 am »

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Re:Una Historia Contada de la A a la Z (U)
« Respuesta #22 en: Agosto 16, 2016, 05:49 am »
V de Valor

Pronto, si no se daban prisa, las criaturas de fantasía poblarían el mundo de los humanos desplazándolos a ellos y el fantástico moriría en su mayoría, quedando, como bien lo había dicho el trol, aquellos que sobrevivieran a la intensa, implacable y eterna oscuridad.

—No pueden tenerlo —dijo Eliv con valor levantando el muro de musgo por encima de ellos, engrosándolo más.

Santiago miró admirado cómo los caulidios y filidios de las plantas se entretejían para formar la barrera, fortaleciéndose no solo con las fibras filamentosas, sino a gran medida con el poder de Eliv, pero casi de inmediato, los troles comenzaron a dar golpes con hachas de doble hoja que traían para destruir el muro, más ahí donde hacían un hueco, Tahiel colocaba sus flechas, derribando a algunos, manejando el arco con una rapidez asombrosa.

Incluso Izaro participaba también con gran valor, lanzando destellos de luces a los rostros cuando estos se asomaban, cegando los ojos que eran sensibles a la luz.

Pero de pronto, Santiago se vio tomado por debajo de nuevo y se hundió su cuerpo hasta la cintura y si no siguió descendiendo fue porque Eliv lanzó a sus manos una soga de musgo y él la tomó intentando salir, pero el trol se había abrazado a sus piernas haciendo difícil desprenderse de él, por lo que en vez de salir se sumió más, hasta las axilas, asomándose únicamente los brazos, cuello y cabeza.

Tahiel pensó dejar que el trol se lo llevara, pero viendo cómo Eliv se esforzaba por mantener el muro y la soga activos, tapando de inmediato las heridas de la muralla que le hacían los troles con sus hachas, además de que estaba empleando mucho poder al transmitírselo a las plantas para que fueran muy fuertes, —y además de que necesitaban al hombre—, fue a ayudarle y tomándolo de los brazos, lo estiró dando evidencia que él era un ser poderoso a pesar de su frágil figura, así que tanto Santiago como el trol salieron y Tahiel golpeó con el pie el rostro del trol varias veces para que soltara a Santiago.

Sin embargo, los enemigos pasaron el muro por debajo, emergiendo como entes diabólicos y Eliv, mirando que Santiago estaba bien, hizo que los extremos de la barrera se movieran encontrándose, elaborando una barricada alrededor de los troles, luego ordenó a la vegetación que se contrajera y rápidamente el cerco comenzó a reducirse hasta apretar a todos; quedando bien comprimidos unos contra otros imposibilitándoles los movimientos, de modo que no pudieron usar sus armas.

Así quedaron los seres y un sonoro rugido compuesto por todos salió de la prisión verde, lanzando después amenazas contra los visitantes, no obstante los cuatro habían puesto pies a la fuga, alejándose corriendo, internándose en el sombrío bosque y no fue sino hasta que se hubieron alejado bastante del territorio de los troles, que el musgo volvió a la normalidad y como una frágil capa cayó a tierra, liberando a los prisioneros.

En el bosque, Eliv se detuvo provocando que los demás también la imitaran.

El agotamiento de la driada era extremo, por lo que cayó de rodillas sin poder mantenerse en pie, sintiendo que el aire le faltaba.

Sus ojos se aguaron y la angustia se dibujó en su bello rostro cuando dijo entrecortadamente:

—Mi árbol me ha sentido y está saliendo de su hibernación, sino llego pronto a él,  moriré sin recuperar el equilibrio.

A continuación, se desmayó.

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« Respuesta #23 en: Agosto 19, 2016, 05:55 am »

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Re:Una Historia Contada de la A a la Z (V)
« Respuesta #23 en: Agosto 19, 2016, 05:55 am »
W de Whisky

—¡Susana! —gritó Santiago apresurándose a su lado.

Con gran ternura levantó su torso para poder abrazarla y luego mirándola muy preocupado, susurró:

—Susana, no te mueras, no sin mi, por favor.

Entonces plantó varios besos en su rostro diciéndole:

—Tenemos una misión que cumplir, así que vuelve en ti.

Tahiel, afectado por la escena, pues le dolía ver con sus propios ojos como otro la tenía en brazos, se alejó de ellos y comenzó a buscar una clase de planta entre la maleza, seguido por Izaro que parecía condolida por su dolor.

La planta en sí no era como cualquiera, sino que se trataba de una cuyas hojas al presionarlas con los dedos, expulsaban un suero cristalino y cuando la hubo encontrado, arrancó varias regresando al lado de Eliv y Santiago, quien no dejaba de abrazarla.

—Permíteme —le pidió Tahiel cuando se acuclilló a su lado.

Santiago miró con duda las hojas.

—¿Qué es eso? ¿Qué le vas a hacer?

Tahiel suspiró exasperado y mirando con arrogancia al hombre, respondió áspero.

—Voy a ayudarla, cosa que no has hecho tú. Yo la conozco mejor, la quiero y jamás la lastimaría.

—¿La quieres? ¿En qué sentido la quieres?

—En el sentido que tú no supiste valorar. Ella te lo dio todo, renunció a su vida completa por ti y, ¿cómo le has pagado?

Santiago sintió arder su rostro de vergüenza. Se hizo a un lado sin pronunciar ya palabras y Tahiel tomó su lugar.

Aunque ese elfo lo dudara, todo lo haría por su Susana y si él podía ayudarla, no debía oponerse, así que observó atento como Tahiel exprimía algunas verdes para que la sustancia transparente goteara sobre los labios de la driada, entonces con dedos suaves, el elfo entreabrió la boca femenina y el líquido entró.

Bastó que tocara el paladar para que Eliv tosiera abriendo los ojos, mirando los preocupados rostros inclinados ante ella y sintiéndose muy cómoda en los brazos de Tahiel, al que veía más que un amigo. Era como su hermano.

Se sentó saboreando el sabor que la sustancia había dejado en su boca. Sabía a un brebaje que su suegro le había dado a probar una vez.

Don Fabián le había dicho que se llamaba Whisky y al comentar ella su sabor suave,  su suegro le había explicado que ese whisky había salido de la mezcla de una gran cantidad de diferentes granos y maltas, de ahí el agradable sabor para el paladar.

Parpadeó con nostalgia al recordar a Don Fabián y a Felipe, esos dos que habían robado su corazón. No hacía mucho que los había dejado y cuánto los extrañaba. Era una pena que jamás volvería a verlos.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó Santiago.

Ella asintió y con la ayuda de él se incorporó comprobando que cuando menos, podía mantenerse de pie.

—Toma, Santiago.

El hombre miró el resto de las hojas que le tendía el elfo y al mirarlo interrogante, Tahiel explicó.

—Exprímelas en tu boca. No solo tienen un poder curativo, sino que también suplen la falta de alimento. No has comido en varias horas y sé que ustedes los humanos necesitan comer constantemente para tener energías.

Santiago asintió completamente de acuerdo, de hecho, ya podía sentir la falta de alimentos, aunque cuando exprimió la sustancia en su paladar, dudó que ésta le ayudara mucho, sin embargo de inmediato comprobó que estaba equivocado.

La energía que le faltaba volvió y el hambre que hacía tiempo lo torturaba, cedió. Miró las hojas que había calado degustando el sabor en su boca. La sustancia de esa planta era otra maravilla, sin duda. ¡Cómo le hubiese gustado a su padre tenerla!

Así pudieron continuar su camino, en medio ya de una joven noche que a todos les pareció más negra que nunca.

Una noche que amenazaba con volverse infinita.



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« Respuesta #24 en: Agosto 22, 2016, 10:23 am »

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Re:Una Historia Contada de la A a la Z (W)
« Respuesta #24 en: Agosto 22, 2016, 10:23 am »
X de Xilófono

—Tahiel —habló Eliv después de una hora caminando—, me parece que nos hemos desviado. Siento la energía de Driazán hacia ese lado.

Señaló el lado contrario al que iban, deteniéndose.

—Lo sé —repuso el elfo deteniéndose también—, pero quiero encontrarlos. Con ellos podemos llegar más rápido a Driazán.

Driazán era como se conocía la comunidad de las driadas, un basto territorio donde los robles eran los principales protagonistas de la flora y Eliv, mirando a su alrededor se emocionó, porque aunque vivía en ese mundo, era poco lo que conocía en persona, pues como ya se sabe, antes de beber el elixir no podía más que explorar el territorio que circundaba su roble, unos cuantos cientos de metros, no muchos en realidad, pues la separación a más distancia de su árbol le costaría la vida, así que lo que conocía fuera de Driazán era por boca del aventurero elfo.

—¡No me digas! ¿Es aquí dónde habitan?

—Es aquí donde se les ve por las noches, pues como te conté alguna vez, es difícil que se dejen ver en el día. Son muy precavidos y solamente confían en las asrai, cuya vida es también nocturna, así que suelen asociarse por las noches.

Las asrai eran unas hadas muy pequeñas del elemento agua. Quizás ellas también estuvieran felices por la eterna noche, pues cuando se exponían al sol, se derretían y esa era realmente una cruel forma de morir.

—¿De qué o quienes hablan? —se interesó Santiago, quien iluminado por Izaro, miró de una al otro.

—Ya lo verás, esposo mío —respondió Eliv.

—Escuchen —los silenció Tahiel y todos guardaron silencio.

Así pudieron escuchar una suave música que provenía de cierto lugar del bosque y hacia allá se dirigieron desembocando en un claro que tenía como mayor atracción un lago que irradiaba una luz blanca, tenue, como la que reflejaba la luna.

Y una parte del lago estaba cubierto por hielo —no muy retirado de la orilla más cercana a los recién llegados—, como una pista de patinaje, mirándose sobre ella pequeñas luces plateadas —las hadas— y la preciosa luz las cubría por completo. Las luminarias danzaban elegante, rítmica y hechizantemente y eran ellas las que daban su fulgor al lago al igual que habían formado la pista de baile.

En medio de las danzantes estaba un hada tocando un instrumento musical fabricado también con hielo.

—Suena como si fuera un xilófono —informó Santiago acercándose hasta el límite de la orilla, sin terminar de maravillarse por el bello ballet expuesto frente a él.

Pero eran tan pequeñas las hadas que de no ser por el resplandor que despedían, no podrían verlas, no obstante, no estaba muy lejos sobre la idea del instrumento musical, pues las delgadas y pequeñas láminas de hielo estaban formadas horizontalmente, comenzando de la más grande a la más chica, teniendo cada una su propia nota musical y de esas placas salía la hermosa música al ser golpeadas por dos bastoncitos de hielo, pero si eso era extraordinario, lo era más el hecho de que de ese pequeñito xilófono se pudiera escuchar la música a un volumen consideradamente alto.

Una melodía que hizo danzar también a Izaro en el aire, contagiada por sus semejantes y fue por ella que, las hadas al descubrirlos, no huyeron sumergiéndose en el agua, apagando el lago para sumirlo en la penumbra.

Entonces, de entre las sombras en el bosque surgieron seis figuras blancas, tan blancas que refulgían.

Las criaturas fantásticas tenían la forma de un caballo, sus largas crines se movían ligeras, sedosas con cada paso y tenían la cola larga y tupida, pero lo más llamativo era el grandioso cuerno que tenían en la frente, delgado y en forma de espiral.

—¡Cielo santo! —exclamó Santiago al mirar ahora a los unicornios.

En la inocencia de su niñez soñó alguna vez con tener uno, pues de las criaturas fantásticas que había leído, el unicornio era su favorito, así que por eso, al borde de las lágrimas por la emoción que sintió, se acercó a las hermosas criaturas y ellos, tal vez intuyendo sus sentimientos, se dejaron acariciar por el excitado humano; sus manos temblando por el intenso entusiasmo cuando tocó el cuerno, recordando lo que había leído de éste: que tenía poderes curativos, además de que podían purificar el agua más contaminada.

Tahiel y Eliv se acercaron también mientras la bella melodía seguía, así como la danza de las hadas.

—Amigos —dijo Tahiel a los unicornios, acariciándolos y por supuesto, la driada no se quedó atrás—, necesitamos su apoyo. Como de seguro saben, este mundo está por desaparecer casi en su totalidad y tenemos que llegar a Driazán a la mayor brevedad para impedirlo ¿quieren ayudarnos, por favor?

Las cabezas de los unicornios se movieron abajo y arriba, como asintiendo a su petición y después tres de ellos bajaron sus cuerpos para que las personas pudieran montarlos y cuando lo hubieron hecho, se levantaron y sin más pérdida de tiempo emprendieron la marcha al galope ante el grito de Eliv.

—¡Vámonos, Izaro!

Izaro dejó su baile de inmediato y siguió a los unicornios que, internándose en el bosque con los tres jinetes, resaltaron en la oscuridad sus cuerpos blancos; como la nieve más pura.

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« Respuesta #25 en: Agosto 27, 2016, 09:17 am »

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Re:Una Historia Contada de la A a la Z (X)
« Respuesta #25 en: Agosto 27, 2016, 09:17 am »
Y de Yacimiento

Al adentrarse al territorio de Driazán, todos suspiraron aliviados. Con el veloz trote de los unicornios habían avanzado en poco tiempo lo que les hubiera llevado el resto de la noche y casi todo el día, pero finalmente habían llegado y al desmontar de las bellas criaturas, se despidieron muy agradecidos de ellos.

Los unicornios movieron sus cabezas aceptando el agradecimiento y luego se fueron por donde habían llegado.

—¿Quedamos muy lejos de nuestro destino? —preguntó Santiago estirándose, porque le dolía el cuerpo por la cabalgata.

Era buen jinete, pues se había criado en la hacienda, mas haber montado un unicornio había sido emocionante, pero también agotador, posiblemente por la velocidad de las criaturas, causa por la que había empleado todas sus fuerzas para sostenerse de la crin y no caerse, además de carecer de la comodidad de una silla de montar.

—Me hubiera gustado haber cabalgado hasta ahí, pero debemos tener cuidado —respondió Tahiel en voz baja—. Como le mencioné a Eliv, es posible que los elfos oscuros tengan custodiada la puerta del laberinto, pero también Driazán. Ellos harán todo para evitar que lleguen a su árbol, es por ello que las instrucciones que tengo son las de entrar al territorio por aquí.

—¿Instrucciones? Eso significa que ir por mí... por nosotros fue planeado, y ahora me entero que las demás driadas están en batalla con los elfos oscuros —reflexionó Eliv sintiendo angustia por sus parientes.

—Siento no habértelo dicho antes, pero no vi necesario preocuparte más de lo que ya estás. Los necesitamos, Eliv. Simplemente no podíamos quedarnos con los brazos cruzados viendo como muere nuestro mundo, de hecho, fue idea de tu consejera que apresurara tu regreso. En cuanto todo comenzó a ir mal, varias razas se reunieron para deliberar sobre la solución y la única que existe es la que ya conoces, pero también los elfos oscuros lo saben y es posible que...

No alcanzó a terminar la frase porque de repente una espada pasó muy cerca de él, salvándolo el agudo sentido del oído que tenía, por lo que pudo esquivar con pocos centímetros el arma.

—¡Orcos! —gritó preparando su arco para ponerlo en acción con su magistral destreza.

—¿Qué pasa? —quiso saber Santiago que no lograba ver más que lo poco que le iluminaba el hada.

Solo podía escuchar las sibilantes flechas que salían volando del arco de Tahiel que se había alejado varios metros de él y también el sonido del arrastre de la maleza sobre el suelo, y luego sintió que algo pasaba por sus lados con rapidez.

Entonces Izaro, tal como había hecho cuando llegó Tahiel a la cabaña, formó una bola de luz y elevándose con ella, iluminó un panorama más amplio.

Santiago silenció el grito que estuvo a punto de salir al mirar ante él la más horrible de las criaturas.

El orco era más alto que él y muy robusto; sus ojos rojos brillaban como brazas, la mandíbula inferior era muy grande en comparación al resto del rostro. Poseía una cabellera larga y rala. Sus brazos, más largos que lo normal, hacían que su cuerpo se viera desproporcionado, además de que tenía una pose rara, pues estaba parado con las rodillas flexionadas, como si fuera para él imposible enderezar las piernas.

Su única vestimenta consistía en unos pantalones ceñidos, botas altas y unas bandas de piel cruzadas por sus hombros y enganchadas en la pretina formando una X sobre el pecho y la espalda. Una espada y un escudo eran sus accesorios.

La piel de su garganta, en un color gris pardo se estremeció cuando lanzó una especie de rugido al lanzarse contra Santiago espada en alto. Él retrocedió, pero tropezó con unas raíces y cayó de posaderas.

El movimiento de las raíces era lo que había escuchado que se arrastraba por el suelo y fue entonces que descubrió cómo eran maniobradas por Eliv haciendo que estas atraparan a algunos orcos —los que eran muchos— por las piernas, inmovilizándolos, mientras que a otros los apresaba por los brazos con las ramas de los robles lanzándolos con fuerza lejos de ellos, pero los orcos volvían a ponerse de pie, excepto los que eran atravesados por las flechas de Tahiel.

Por lo tanto, cada quien estaba ocupado con sus propios enemigos y sin que tuviera ninguna ayuda, Santiago se arrastró atrás por el suelo sin dejar de ver a la criatura, saltando obstáculos mientras que el orco blandía su espada, lanzando violentas arremetidas que sin saber cómo, Santiago esquivaba.

La adrenalina corriendo por sus venas lo impulsaba a luchar por su vida, así que tomando una rama que se encontró a su paso, se levantó con ella en manos y poniéndola ante el enemigo, la sacudió, como si tratase de ahuyentar un perro o un gato, pero el orco cortó la rama sin dificultad, en varios cortes llegando casi hasta las manos de Santiago, quien soltó el resto mirando a su alrededor con desesperación.

No muy lejos, yacía uno de esos seres con una flecha atravesada en la cabeza, por las sienes, pero fue su espada la que Santiago ubicó con toda su atención y en el momento en que el ser lanzó un golpe de tajo directo a su cuello, él saltó hacia el lado del cadáver y cayendo sobre éste, tomó la espada e incorporándose quiso levantarla, pero...

Maldita espada.

Pesaba más de lo que hubiera pensado. Seguro que las de su mundo no eran tan pesadas.

No obstante, en un sobre esfuerzo logró levantarla en el mismo instante en que el orco descargaba otro golpe y las espadas se cruzaron brevemente, porque Santiago no pudo contenerla, sino que la fuerza del ataque lo hizo acuclillarse mientras perdía la espada en una estupenda maniobra por parte del ser.

Entonces, cuando creyó estar perdido al ver como el orco levantaba el arma para matarlo, se abrió la tierra bajo sus rodillas y se hundió, esta vez por completo, sin ver como acontecía lo mismo con Eliv y Tahiel, sin que ninguno de ellos pudiera evitarlo, descendiendo sobre una especie de tarima que les evitó una vertiginosa caída.

Bajo tierra, todo estaba más oscuro, pero casi de inmediato descendió Izaro, iluminando el entorno que resultó ser una estancia grande perteneciente a una serie de grutas subterráneas, y ahí estaban siete pequeños hombres de barbas y cabellos largos.

Cuatro de ellos maniobraban las poleas de la plataforma, la que estaba hecha de madera y hierro.

Y fue mediante las poleas que el entarimado comenzó a subir de nuevo, con una asombrosa rapidez, así que Tahiel y compañía tuvieron que saltar al suelo e inmediatamente los otros tres de los hombrecitos los tomaron del brazo y los hicieron correr por otra de las galerías mientras uno de ellos informaba.

—Somos amigos, así que no se detengan.

Los orcos arriba intentaron introducirse por los hoyos que se habían tragado a las víctimas, pero no pudieron, porque la tarima los había bloqueado haciendo imposible traspasarla.

En el interior de la tierra, los pequeños hombres conocidos en ese mundo como enanos y los que eran inteligentes, trabajadores, ingeniosos, grandes artífices e inventores, no dejaron detenerse a los rescatados, sino que siguieron avanzando por una serie de pasillos hasta llegar a otra cámara.

Una donde la luz de Izaro fue innecesaria, pues el verde brillo de un fabuloso yacimiento de gemas iluminaba hasta el último rincón y de uno de esos rincones salieron dos figuras altas, finas, facciones delicadas, piel blanca, casi pálida, cabellos plateado y orejas puntiagudas.

—Tahiel —dijo uno de ellos.

El joven elfo miró a su padre y a su consejero, complacido. Había cumplido parte de su misión y ahí estaba con Eliv y el humano.

La unión contaminada de ellos había roto el equilibrio, pero el sacrificio purificaría de nuevo su alianza y lo traería de vuelta.

—Su majestad —dijo Eliv e hizo una reverencia ante el rey de los elfos altos y su consejero—, me disculpo por todo lo que he provocado.

Santiago sintió la necesidad de hacer lo mismo que su esposa e inclinándose mucho más ante los nobles, habló:

—Yo me disculpo, porque todo es mi culpa. Eliv es inocente.

Y se sintió muy pequeño ante la acerada mirad del rey de los elfos.



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« Respuesta #26 en: Agosto 31, 2016, 09:53 am »

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Re:Una Historia Contada de la A a la Z (Y)
« Respuesta #26 en: Agosto 31, 2016, 09:53 am »
Y con esto termina la historia. Última Letra.

Z de Zona

—Tienes toda la razón —Fue todo lo que le respondió el rey y Santiago se ruborizó avergonzado.

A continuación, el padre de Tahiel tomó del brazo a Eliv y la llevó a una figura circular que algunas esmeraldas formaban en una de las paredes y le señaló el preocupante panorama afuera.

En el círculo podían verse unas imágenes que le mostraron a Eliv la batalla que en ese instante se llevaba a cabo sobre la superficie, siendo de una asombrosa nitidez a pesar de la oscuridad de la noche.

Una guerra entre los elfos oscuros y las driadas, quienes habían erigido una alta y fuerte barricada de ramas y plantas entretejidas alrededor del roble de Eliv para protegerlo, luchando contra los elfos y orcos para que no lo derribaran, no obstante, como ya tenían varias horas combatiendo, las driadas se veían agotadas a pesar de la ayuda de los súbditos del rey elfo y algunos enanos.

Muchos habían caído ya en esa batalla, de ambos bandos, sin embargo la victoria parecía que sería para los elfos.

—¡Tenemos qué llegar a mi árbol! —clamó Eliv—. Si lo derriban morirá y yo con él. Si eso sucede, ya no habrá nada que se pueda hacer.

—Lo sabemos —asintió el padre de Tahiel—, es por eso que mientras ustedes llegaban, los enanos se pusieron a trabajar en un túnel. Ya casi está terminado y podrán llegar a tu roble por debajo.

—Pero es seguro que los elfos ya saben el plan, pues algunos de sus aliados nos vieron caer aquí—opinó Santiago acercándose para mirar las imágenes de la batalla.

Fue espectacular ver como las hermosas mujeres manipulaban los árboles y maleza para detener el ataque de los elfos, unos seres de grata apariencia, piel morena y cabellos muy negros; ágiles y hermosos, un contraste absoluto con los orcos.

—Entonces debemos apresurarnos —habló uno de los enanos que los habían conducido ahí.

Después de sus palabras entró en acción y se dirigió a una de las cuatro salidas que tenía la caverna, así que los demás los siguieron. De esa manera volvieron a internarse en otra serie de grutas y en algunas de ellas, Santiago pudo ver como las gruesas raíces de los árboles de la superficie atravesaban el techo y pudo admirar tal magnificencia de la naturaleza gracias a su linterna personal, Izaro.

La miró brillando en su linda luz y se preguntó qué sucedería con ella cuando todo terminara. Había surgido de una chispa en su mundo; un hada del fuego, ¿se apagaría cuando se recobrara el equilibrio? Lamentó que fuera así, porque se había encariñado con la pequeña criatura.

—Susana —le preguntó en voz baja, tomándola del brazo—, ¿qué sucederá con Urko y Viento cuando todo esto termine?

—Ellos volverán a ser lo que eran —respondió Eliv en el mismo tono—. Viento perderá sus alas y Urko volverá a ser un pez. El dragón y cualquier otra criatura que haya cobrado vida en tu mundo en nuestra ausencia, también desaparecerá, pero el desastre hecho por ellos, no.

—Ummm, ya veo —asintió triste, no porque Viento perdiera sus alas y Felipe se decepcionara, o que Urko perdiera su forma de tritón, sino por Izaro.

No quería que la valiente hada se apagara e iba a comentarlo cuando el enano que llevaba la delantera en el recorrido, anunció.

—¡Miren! ¡Esa es la zona!

La zona era el perímetro excavado para llegar al árbol de la driada y podía verse el reciente trabajo por las pilas de tierra y rocas puestas en las grutas más cercanas. Ahí sí había antorchas clavadas en las paredes con algún material de consumo lento y las llamas movibles en un vaivén daban evidencia de que había una imperceptible corriente de aire, por lo que de algún lugar provenía una ventilación muy buena.

Se adentraron a la excavación descubriendo a una cincuentena de enanos atareados con las herramientas como picos, palas, cubos, y pequeños carros de madera con cuatro ruedas para transportar el material extraído, moviéndose todos con una diligencia admirable y cuando uno de ellos los vio, les informó.

—Justo a tiempo. Al final del tunel está el roble de la driada. Ya pueden ascender.

—¡Sí! —dijo Eliv emocionada— ¡Puedo sentirlo!

En eso, en uno de los corredores que habían dejado atrás, cayó tierra y en el techo se asomaron las herramientas del enemigo, los que tal y como había dicho Santiago, habían descubierto su plan e intentaban acceder al interior como fuera.

—¡Ahí vienen! —dijo el rey haciendo que Eliv y Santiago se apresuraran por el estrecho pasillo que los llevaría hasta debajo del roble de la driada.

—¡Corran, no se detengan! —les gritó Tahiel—. Nosotros los detendremos.

Entonces, mientras Eliv y Santiago corrían al final del túnel, los enemigos cayeron de la superficie, y acercándose a la barrera que habían formado el rey y los suyos, dijo una de ellos.

—Cómo no lo vi venir. Un buen plan asociarse con los enanos, hábiles en todo lo que desean hacer. ¿No se supone que los enanos y los elfos no se llevan bien?

—Taliana —la saludó el rey ignorando el sarcasmo—. Tú y los tuyos pueden dejar esta región. Ya nada tienen qué hacer aquí.

La ira deformó el bello rostro de Taliana y levantando la mano, gritó con voz potente.

—¡Al ataque!

Una variedad de elfos y orcos detrás de ella se fueron contra los del rey y así como en la superficie continuaba la lucha, se hizo esta también. Espadas, flechas, palas, picos y golpes cuerpo a cuerpo hicieron de las grutas un campo de batalla mortal.

En ágiles movimientos, Taliana consiguió deshacerse de un enano abriéndose paso para seguir a los fugitivos, pero Tahiel se fue detrás de ella y a medio corredor la detuvo, enfrentándose ambos con arcos tensos, apuntándose.

—¿Quién soltará primero? —habló Taliana con ironía— ¿Te crees capaz de matarme, querido Tahiel?

El elfo frunció el ceño. Hacía años que no lo llamaba querido. Alguna vez habían sido amigos, pero ella fue la que se alejó. Y aunque Tahiel no estaba seguro, sospechaba que había sido a causa de sus sentimientos por Eliv. Taliana se había dado cuenta de ellos y eso pareció molestarla bastante, lo que terminó por distanciarlos.

—Pude haberte disparado por la espalda —dijo él e inmediatamente soltó la flecha.

Taliana hizo lo mismo, los dos al mismo tiempo, pero también las esquivaron ágiles con un movimiento de lado y el proyectil de Taliana terminó en la cabeza de un orco y la de Tahiel se perdió en el corredor y él rogó que no hubiera alcanzado a Eliv y Santiago.

Pero ya ellos habían llegado al final y ahí, con la ayuda de un enano, ascendieron utilizando una especie de andamio de madera, angosto y firme que ya estaba dispuesto para ellos y ambos salieron exactamente frente al roble que había terminado su hibernación gracias a la ayuda de las otras driadas que seguían detrás de la barrera combatiendo por su protección.

El árbol era inmenso; muy frondoso. Brillaba en un suave tono verde, preparándose para la enmienda y sus ramas se movieron fluidamente, como si saludaran a su dueña... o más bien dicho, a una parte de él mismo.

Bajo tierra, Taliana lanzó un alarido de ira y yéndose contra Tahiel, le lanzó varios golpes con las puños y pies, pero él logró esquivarlos retrocediendo hacia donde los demás peleaban, mientras que, mirando que la mitad de los enanos había caído en combate, Izaro decidió probar algo.

Ella había nacido del fuego, así que supuso que el fuego debía ser lo suyo, por lo que levantando las manos, las dirigió hacia una de las antorchas y la llama creció de tal manera que se alargó y controlándola, la dirigió a uno de los orcos, quien tomado por sorpresa, se miró arder, luego corrió de un lado a otro tropezándose con sus semejantes, rugiendo y manoteándose encima para apagarse, por lo que todos se apartaron de él y nadie pudo apagarlo.

Luego Izaro manipuló la llama de otra antorcha y la lanzó a otro, pero de esa misma que cayó en el orco, se desprendió otra para ir a un tercero y de ese a otro, hacíendose una cadena de llamas y el caos fue uno tal que el enemigo comenzó a retroceder, incluidos los elfos.

—Se terminó Taliana —observó Tahiel al ver la huída de los elfos y orcos.

—No lo creo.

Negó ella utilizando su arco con una rapidez que tomó por sorpresa a Tahiel y soltando la flecha, le dió a Izaro, la que al contacto con ella se fragmentó en una gran cantidad de lucecitas, como gotas de fuego que se diseminaron en el aire.

Todo eso al mismo tiempo en que afuera, el grueso tronco del árbol de Elive se abría a lo largo por la mitad, incrementándose el resplandor y las ramas se alargaron tomando a la driada y a Santiago como en brazos para introducirlos en su interior.

—Susana —susurró espantado Santiago al entrar al árbol, porque sabía que ese era el final de su vida—. Tengo miedo.

—Lo sé y no te preocupes por Izaro, va a estar bien —aclaró ella abrazándolo y cuando lo besó, el tronco comenzó a cerrarse.

El beso lo durmió, un acto generoso de su esposa para evitarle el dolor de su fusión con el roble. Ella ya estaba acostumbrada a fusionarse con él, por lo que hasta le fue placentero volver a experimentarlo, aunque esta vez sería para siempre. Su vida había sido buena. Su esposo también y ahí terminaba con ella a causa de su genuino amor. Sus labios sonrieron en una satisfecha sonrisa y fue lo último que se vio al completarse el cierre del roble.

A continuación, el brillo verde tomó la consistencia de la luz del sol y creciendo todas sus ramas para levantarse muy alto en el cielo, lanzaron una incontable cantidad de destellos, como si de fuegos artificiales gigantes se tratase y todas esas centellas se dezplazaron por el firmamento iluminándolo y por un momento el día en la noche vino a existir, pues no solo en Driazán se vio el cielo azul, sino que en todos los reinos pudo admirarse, expandiéndose velozmente hasta derrotar la avanzada de la eterna noche, desapareciéndola por completo para dejarle su lugar al nacimiento del próximo nuevo día y los futuros.

Después se apagó la luz y el cielo volvió a oscurecer; entonces el árbol se desintegró por completo.

Entre tanto abajo, Taliana se dio a la fuga bajo la mira de la flecha que estaba por dispararle el consejero del rey, pero Tahiel impidió el tiro bajando el arco del sabio.

El consejero iba a replicar cuando de pronto, la llama de una de las antorchas comenzó a comportarse de manera extraña atrayendo la atención de los presentes y al igual que con el fuego de la chimenea en la casa de Santiago, una llamita se independizó y comenzó a volar.

—¡Izaro! —gritó Tahiel apresurándose a ella, la que se posó en su mano—. ¿En verdad eres tú?

Sin duda lo era. Se había ganado el derecho de nacer de nuevo, pero ahora en su propio universo y mientras la guerra en el mundo de fantasía terminaba, en el de los humanos acontecía que Urko volvió a ser el consentido pez de Don Fabián, a Viento se le desaparecieron las alas para decepción de Felipe, el dragón volvió a las nubes desapareciendo después con la brisa y por ende su compañera nacida de sus llamas se apagó dejando de existir. Y si hubo otras criaturas como dijera Eliv, también volvieron a ser lo que eran o como el dragón de fuego, simplemente dejaron de existir.

Así fue como se recuperó el equilibrio, lo que logró calmar un poco las lágrimas de Don fabián. Llanto derramado por su hijo, pero la vida le dio un hermoso regalo. Un nieto nacido de María, la que al final tuvo que confesarle que era hijo de Santiago.

Moraleja... Nah, no hay xD

F I N

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