¡Ooooooh! ¡Cuántos emoticos! ¡Genial, más qué genial!
(Me gustan los pinguinos) Y... ¿es esto un gatito?
Bueno, actualizo
¡Un elefantito!
O de Ordinaria
Susana ayudó a Felipe a acomodarse en el sofá mediano, mirándolo con cariño, y el miedo de que algo le sucediera a ese niño tan encantador, la entristeció.
¿Qué había hecho? Bien le advirtió la consejera lo que sucedería al darle su amor a un humano. Confió tanto en él, que se cegó y no quiso ver las futuras consecuencias; ni siquiera las imaginó.
De pequeña, la consejera solía contarle una historia donde una de ellas había dejado su mundo al enamorarse de un humano y había sido muy feliz. También le había explicado que ese amor debía ser íntegro, leal, sin contaminación, algo que vivió la de su raza con ese humano, así que ella idealizó de igual manera su amor.
Por lo tanto, bebió del elixir prohibido, la sustancia mágica que le otorgaba la libertad de poder separarse de su árbol, pues las hadas de los bosques no podían vivir apartadas del árbol con el que se unían desde su nacimiento, aunque sí podían separarse de él unos cientos de metros, pero sin falta debían volver a éste si querían seguir viviendo.
Mas el elixir mágico les permitía una separación en distancia y tiempo indefinidos, produciendo una especie de hibernación en el árbol en su ausencia para que la vida de ella no se apagara lejos de él, sin embargo, había un doble y alto precio qué pagar, de ahí que también al brebaje se le conociera como prohibido.
Uno de esos pagos era que al beber la sustancia, no podía volver a su árbol a menos que el mortal all que se unió, muriera por causas naturales, además de que esa persona no debía saber quién era ella para proteger su mente, pues los hombres que llegaban a verlas tal como eran, parecían enloquecer, culpándolas de lanzarles poderosos hechizos, de ahí que casi nunca se mostraran a los ojos humanos.
El segundo era todavía peor, pues si la causa por la que se bebía el brebaje fallaba, todos pagarían las consecuencias, porque había leyes que jamás deberían pasarse por alto y la principal era no abandonar su árbol por amor a una criatura que no perteneciera a su mundo.
En su caso, esa causa —el amor íntegro que le debía su esposo—, había fallado y el equilibrio se había roto trayendo las conocidas condiciones, no obstante, había una manera de recuperarlo, pero esa forma era la que no quería emplear Susana.
Porque Santiago debía morir. El sacrificio de ambos, y solo porque era necesario llevarlo a cabo, era que podía volver a su mundo.
—Susana —susurró Santiago al ver que se había sumido en tal mutismo y por un momento pensó que se había quedado dormida, sentada al lado de Felipe.
Entonces ella levantó la mirada mirándolo con ojos vacíos y estremeciéndose, recordó cuando ella le pedía que no la dejara apagarse. Su triste expresión lo golpeó y alcanzó a comprender. Que el apagamiento de ella por su deslealtad, había producido la desgracia.
Si esa clase de traición en una pareja normal traía mucho sufrimiento, ¡cuánto más lo haría el que fueran de mundos diferentes! Entendió por qué ella le pedía que no pasara tanto tiempo con María. ¡Qué necio había sido!
—Lo lamento tanto —dijo con cuidado, porque Felipe, aunque tenía los ojos cerrados, no parecía dormir, pues su respiración no era como la de alguien que duerme.
Así que fue hasta ella y levantándola, la alejó unos pasos del sofá y luego la abrazó para susurrarle en el oído:
—Perdóname, mi amor. No sé qué me sucedió. Si tan solo hubiera conocido que estas serían las consecuencias de mi deslealtad, no hubiera obrado como lo hice.
Susana correspondió al abrazo y también en un murmullo, respondió.
—Tú no sabías. Si hubieses sido fiel siempre, jamás te hubieras enterado, porque debemos cuidar de no revelar a nuestros esposos humanos nuestra verdadera identidad, eso es para su propia protección.
—No lo comprendo, pero tú sabes. ¿Hay algo que podamos hacer para revertir todo esto?
—Ya no podemos revertirlo. El daño que se a hecho permanecerá, pero podemos recuperar el equilibrio.
—¿Cómo?
Se separó un poco para mirarlo amarga antes de informarle.
—Ambos debemos morir, Santiago.
El hombre tragó saliva. La estrechó y suspirando, inquirió:
—¿No hay otra forma?
—No.
—Quiero ver tu verdadera apariencia, Susana. ¿Qué eres? ¿Cómo eres? Porque supongo que esta forma
ordinaria que tienes no es la verdadera, ¿verdad? Si hemos de hacerlo, quiero verte como en realidad eres.
Susana sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas y se alejó un poco de él ¿Y si al verla como era, enloquecía? Así había sucedido con todos aquellos que las habían visto, porque las de su raza tenían una presencia muy poderosa. Además, su figura ordinaria era lo que él amaba, pues con esa forma se había presentado a él desde el inicio. Entonces Izaro se acercó a susurrarle algo, lo que iluminó su mirada y asintiendo, permitió que su verdadera imagen brotara ante la mirada de Santiago.
Y la de Felipe que, efectivamente no dormía, así que cuando Izaro voló alrededor del hombre iluminándolo, se levantó del sofá y se acercó a los adultos, observando como ahora el hada volaba en torno a él sin saber ninguno de los dos que era para proteger su mente ante el impacto de la nueva figura de Susana, quedando Eliv expuesta a sus sorprendidos ojos.
Así contemplaron arrobados a la hermosa driada de cabello largo en un rojo dorado, reflejándose ese color también en su piel, pues las driadas cambiaban su tono de piel y cabello dependiendo la estación del año, de esta manera podían camuflarse en el bosque pasando desapercibidas.
En invierno su tono de piel y cabello era blanco, en otoño tenían el color que mostraba ahora y en primavera y verano su piel era dorada con el cabello verde. De grandes ojos color violeta, rasgos delicados parecidos a los de las elfas, incluso las orejas en punta y un cuerpo delgado y ágil, poderoso, sinuoso, fino.
Sin duda lo más hermoso y fantástico que los varones habían visto.
Y Santiago, con su mente protegida y bien nítida gracias a Izaro, quedó naturalmente hechizado por tal ser, sintiendo como en ese instante el amor que había entre ambos parecía fortalecerse, por lo que convencido de lo que haría, musitó casi para él:
—Moriré por ti, amada mía.
A continuación se acercó a ella para besarla, pero antes de hacerlo, un ruido afuera los alertó.