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Autor Tema: Alabastro Y Bronce *Dioses Griegos*  (Leído 9285 veces)

.Nico. Desconectado
« en: Noviembre 04, 2012, 12:06 pm »

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Alabastro Y Bronce *Dioses Griegos*
« en: Noviembre 04, 2012, 12:06 pm »

N/A: Los protagonistas son Eris, diosa de la discordia, y Ares, dios de la guerra.

Aclaraciones:
—Wiii—, diálogos.
Wiii, pensamientos.

¡Que lo disfruten!

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Alabastro Y Bronce

One-shot
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Se preparó para morir en cuanto escuchó al soldado entrar en la casa. Inhaló profundamente y se obligó a tranquilizarse. Era la última de su clan, alguna vez gloriosa estirpe de nobles, lo menos que podía hacer era intentar sobrevivir para que sus hijos recuperaran el honor de su apellido.

Sabía que no debía moverse de su escondite, pero sería quemada viva si la encontraba, y si no, ardería con los tablones en cuanto el asesino se diera cuenta de que no había nada de valor en aquella ratonera. Agarró con severidad el cuchillo entre sus trémulos dedos y se dirigió hasta la salida con cautelosa resolución, escuchando atentamente los pesados pasos del hombre y adelantándose a sus movimientos, hasta llegar a un pedazo de madera suelto por el que sería fácil escapar. Estaba a punto de cruzarlo cuando un cuerpo robusto se le tiró encima y le impidió moverse; escondió rápidamente la afilada arma en un pliego de su vestido, quedándose inmóvil, obligando a su corazón abandonar su taquicárdica huida. Una respiración sucia y pegajosa fue dejando rastro en su cuello, y en un segundo de descuido, en que el brazo envolviendo su cuello se aflojó, clavó el cuchillo en el estómago de su atacante y éste la dejó libre; giró, y siguió hundiendo el metal una y otra vez en su torso, hasta que los ojos estupefactos dejaron de enfocarla. Cuando se levantó, rió con delicada complacencia y alivio al ver el desgarrado cadáver en el suelo, justo antes de que una espada le arrancara la cabeza, y cayera junto a su violento asesinato.

—Pobrecilla, tenía tanto potencial.

Abrió sus delicados labios y suspiró con afectación, como si se sintiera realmente apenada por lo que sucedía a su alrededor.

—Es una lástima, ¿no crees? —, dijo una potente e indiferente voz a su espalda.

—Definitivamente —, contestó sin prestar atención al sigiloso sarcasmo en las palabras del morocho.

Continuó con la mirada fija a la llanura que se extendía bajo sus pies. Qué desperdicio, pensó cuando un hombre despedazó de un hachazo la tierna carne de un niño, a pesar de que era tan pequeño que ni siquiera supo lo que ocurría hasta que su llama estuvo a punto de extinguirse; sin embargo, no tuvo tiempo de regodearse por su vil logro, pues tres flechas se clavaron en su cráneo segundos después. Bien. Ahora que la villa superó el factor sorpresa de sus agresores sería algo más entretenido. O eso creyó, hasta que recordó que la decisión recaía sobre la persona detrás suyo; ¡y ella que tenía tantas ganas de saber qué pueblo tenía las mayores capacidades destructivas! Como sea. Ya no tenía gracia seguir observando una pelea injusta; no cuando ella no la ocasionaba.

Dio la vuelta y miró con altanería al hombre de rasgos finos. Se le acercó parsimoniosamente, jugando con su paciencia, y se detuvo cuando sus rostros quedaron apenas unos centímetros alejados.

—Son todos tuyos —susurró antes de darle un ligero beso en la boca y desaparecer.

Se quedó entonces solo, viendo la destrucción de dos de sus favoritos con el ceño fruncido. Justo ahora, Atenea decidía quedarse al margen; seguramente quería darle una lección, demostrándole que era tan necesaria para él como para el resto del mundo, y si le pedía ayuda se lo recordaría hasta el fin de los tiempos, aunque era más probable que ni siquiera le hiciera caso. A la mierda con ella y con los estúpidos humanos; qué raza tan patéticamente manipulable, atacándose como perros rabiosos.

Al cabo de un minuto, él siguió la clara estela de energía que había dejado la menuda mujer hasta un claro lleno de flores doradas, y buscó concienzudamente la negra cascada que debía destacar entre tanta vida, pero lo que halló fue el delicioso cuerpo de Afrodita entrando en la límpida agua del arroyuelo. Pero no podía ser ella. A pesar de estar seguro del engaño, no pudo evitar analizar con atención la ambarina y nítida piel que el agua acariciaba y los rayos de sol que salían de su cabello; encarnaba a la mismísima lujuria, no podía negárselo, sobre todo cuando hace no mucho, fue diestra para seducir a su casi impenetrable estoicismo y llevarlo hasta un deseo demasiado parecido a la necesidad. Tan perfecta y, sin embargo, tan vacía.

Se adelantó a la orilla mientras su armadura se deshacía en pedazos, que se desmenuzaban hasta ser tan sólo polvo de oro y esfumarse en diminutos estallidos de luz, permitiendo que su bronceada tez quede expuesta a la indiscreta mirada de la muchacha.

—Qué espectáculo tan innecesario—, dijo la rubia con una socarrona sonrisa, deslizándose con gracilidad hasta llegar a un rincón apartado bajo las ramas de unos centenarios sauces, quedando oculta.

Él la siguió con una mueca de diversión adornando sus juveniles y, por lo general, dignas facciones. Seguro que habría aumentado mucho su poder con aquella gresca que ocasionó, pero no imaginaba que tuviera la habilidad de metaformosearse con tal exactitud, inclusive en puntos tan complicados como la voz. Apostaría que era debido a los tributos e intercambios de secretos en los que siempre estaba inmersa. Si no conociera bien su presencia, habría caído fácilmente en su mentira. No le sorprendería que a ese paso volviera locos no sólo a los mortales, sino que a los demás dioses también. Atenea sería una de las primeras en caer, por la cantidad de silenciosos misterios que llevaba sobre la espalda, y aún más, por el morboso afán de ridiculizarla de la mayoría de divinidades.

Estaba preparado para una trampa al entrar al oscuro lugar, pero lo que encontró le impactó diez veces más. Se chocó con la cabellera y los ojos de la noche, enmarcados por la sutil palidez de la luna; inmaculadas curvas que jamás habían sido expuestas a la vista de ningún otro. Paralizado, sólo podía contemplarla con una culpable avidez.

— ¿Decepcionado, hermano?—, preguntaron los labios escarlata, acercándose peligrosamente hacia él. —Parece que Afrodita no pudo venir hoy—, se mofó—; confío en que eso no te moleste.

Estaba a punto de volver a desaparecer cuando él atrapó sus caderas y la acercó violentamente, disfrutando con la inusual desorientación en el semblante de la reina de la insensibilidad. En la súbita aproximación, cuando cada centímetro de aquella figura de alabastro quedó firmemente pegado hacia sí, un feroz y arrasador caos se abrió paso a través de cada barrera de autocontrol del fiero guerrero.

Intentando dominarse lo que más podía, dijo con una ronca y sedienta voz:

—En lo absoluto.

Y se lanzó a un beso vehemente, que quebrantó cualquier otra realidad que no fuera aquella.

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Fin.

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¡Hola!

Hace tiempo que no publicaba nada por acá; espero que mi narración les resulte atractiva ;D.

Los protagonistas de mi historia son mis dioses preferidos de la historia griega. Creo que los dos podrían ser una pareja que hiciera temblar al mundo, además de lograr mantenerse juntos a base de sus personalidades, fuertes y manipuladoras, cada uno "malo" a su modo.

Para cualquier pastelazo, chocolatazo, galletazo y demás cosas deliciosas, ¡dejen un comentario!

Gracias por leer mis remendadas palabras.

Adieu.


Quiero ser más...

¿Más qué?

No sé, simplemente... más.



Snade Desconectado
« Respuesta #1 en: Noviembre 04, 2012, 02:04 pm »

  • Cantando me he de morir, cantando me han de enterrar. Desde el vientre de mi madre vine a este mundo a cantar.
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Re:Alabastro Y Bronce *Dioses Griegos*
« Respuesta #1 en: Noviembre 04, 2012, 02:04 pm »
Menudo escrito.
La verdad es que he quedado impresionada por el rico vocabulario que has empleado para este escrito, haciendo que sea exquisito leerlo para estos dos ojos.
Los tiempos verbales, la ortografía, las descripciones… son excepcionales.

Y me gustó mucho como quedó expuesta la personalidad de cada uno sin haber mucho dialogo. Es como si los hubiera conocido mejor que leyendo para la escuela.
La verdad me encantó.

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