-¿Los sillones están allí? – parecía una pregunta estúpida, pero Ornella sentía que el ambiente estaba raro.
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Eiji estaba recostado en el tronco de un árbol, disfrutando como la luz traspasaba el follaje mismo de semejante majestuosidad natural.
De repente, la luz se intensificó a tal punto que le llegó a quemar los parpados de los ojos levemente. Sacó su katana y esta brilló en todo su esplendor, gracias al cumulo de energía enceguecedora gigante que se había formado en el cielo… hacía mucho que no veía algo igual. No desde que los dragones se habían casi extinto a causa del hombre.
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Saito comía una fruta en una taberna. De repente, todo se llenó de luz, tanto que los clientes tuvieron que taparse completamente la cara con sus ropas para que su vista no fuera dañada.
-Diablos, más presas – sonrió altanero.