En sí es un fanfic que miraré por que no exceda los 10 capítulos.
La historia en sí es casi un drama, un hombre y una mujer que van autodescubríendose sexualmente mientras van madurando, dos personas que aparentemente no tienen nada en común y mucho menos que puedan llegar a conocerse, pero se sucede el milagro y ello desencadena otras circunstancias....Aviso de que contendrá escenas sado/masoquistas. De ahí el título del fic.
Aquí dejo los dos primeros episodios; ¿lo bueno? que si te gustan, te gustará el resto, sino, mejor déjalo porque es improbable que cambies de idea.Capítulo 1: Claridad
<<Ni siquiera recuerdo cómo pasó. Solo que ocurrió>>
Nunca fui una mala persona, al menos, no más que los demás. Ni cruel con mis padres y amigos, tampoco con los animales. Siempre fui justa, respetable, emprendedora. Jamás fui una niña que diese quebraderos de cabeza, al contrario.
Era la hija que todos querían tener, la que se esforzaba en el colegio, caía bien a la primera y con facilidad para hacer amigos. Vamos, el epítome de la buena conducta. El rasero por el que las madres regañaban a sus hijos:
“¿ves lo bien que lo hace Tenten?, ¿por qué no te esfuerzas más? ¡Qué vago tengo por hijo!”
“¡Qué notas más horrible me traes! No como Tenten…”
“Tenten no se ensucia, ¿por qué tú sí?”
“Tenten no se gasta la paga en chucherías, deberías aprender de ella….”
A día de hoy tampoco me calificaría como una persona violenta, ni siquiera me gustan las películas de acción. No suelo decir tacos ni frecuento pandillas peligrosas. Como decía, soy el epítome de la “niña buena”. Y aun así ocurrió. Tal vez precisamente por ello, o tal vez sea algo indiscriminado que nos elige sin que tengamos ni voz ni voto, como la homosexualidad.
El caso es, que soy una sádica. Dominante y sádica sexual.
Un día cualquiera, caminando por la acera, tropecé con un pajarillo moribundo. Un coche le había atropellado un ala y en consecuencia, no podía volar. Estaba sucio, silbaba como agonizante, cojeaba y la sangre decoraba su plumaje. Aun así en sus ojos había mucha vida y me conmovió.
Recuerdo cogerlo y resguardarlo en el interior de una caja de zapatos que pocas horas antes me había comprado. Hice varios agujeros para que pudiese respirar y me lo llevé a casa.
A pesar de que mi padre es veterinario, no se lo enseñé, lo escondí en mi habitación, en la pequeña jaula que un tiempo atrás perteneció a mi hámster Pingu.
Lo lavé lo mejor que pude y vendé su pata, enderezándola a un trozo de palo de helado magnum. Pero no toqué su ala. Para cuando lo enjuagué, tenía la piel de las manos levantada, por tantos picotazos recibidos del moribundo.
Lo observé durante días, instándolo a alimentarse. A veces me hacía caso y otras no. Pero cuanto más lo miraba, más me gustaban sus ojos, sus negros, vivos y esperanzados ojos. No sé por qué.
Sobrevivió el tiempo suficiente para que su pata se curara, no así su ala. Ésta empeoraba con cada día que pasaba. Él mismo se la picoteaba, arrancándose las plumas, como las gallinas y su envidia.
Aun así, esa mirada no cambió nunca, siempre esperanzada, pero ¿esperanza por qué? ¿o de qué? Si ya no podía volar nunca más…
Y eso fue todo. Ya no trinaba, ni me picoteaba, ni comía, ni dormía. Ya no vivía, aunque estaba vivo. Y fue justo cuando agonizó, cuando expiró su último aliento, que su mirada se iluminó más que nunca. Fue maravilloso.
Entonces lo entendí, el ave esperaba que lo matase, esperaba que fuese cruel, desde el primer instante en que me vio, albergaba la esperanza de que no pasase de largo, porque su más preciado deseo, era morir. Lo había perdido todo y ya solo quería morir. Después de ser un ángel, no quería ser un perro.
Sentí un desmesurado placer al ver el gozo de aquel animalillo vulnerado, mancillado, a un paso del más allá. Y me dije: Tenten, a esto se reduce la vida. El gato que se convierte en ratón. El que todo lo tuvo, no tiene nada ya, se lo comieron. ¿Será su última sensación lo que recuerde eternamente? ¿Ese placer extraño del deseo cumplido?
Yo había formado parte de aquello. Qué maravilloso.
Mi curiosidad creció y fue en aumento con el tiempo. Porque llegué a un punto en el que no me fue suficiente con dominar la situación, con ver y orquestar sus piezas. Quería estar allí, en ese otro lado, para ver sus consecuencias.
De hecho, si hubiera podido, hubiese acompañado al pájaro hasta su otra vida. Solo para constatar si todas mis suposiciones eran ciertas. Solo para vislumbrar eternamente esos ojos negros de mirada esperanzada, viva, asustada, eterna en mis recuerdos.
No negaré que esa experiencia me marcó. ¿Pero fue ello, lo que desencadenó, por así decirlo, mi “yo sádico”? ¿O fue esa experiencia, la que me mostró que ya lo tenía?
Como dije desde un principio, ni siquiera recuerdo cómo pasó. Solo que ocurrió.
Capítulo 2: Destello
Cuando me sentí preparada para explorar mi sexualidad, empecé a mirar en todas direcciones, a mi alrededor y pisando fronteras.
Mi curiosidad innata me llevó a querer explorarlo todo, pero no de carrerilla. Tenía don de gentes, aura de líder (al menos en el ámbito laboral), y poco tardé en descubrir que mi tendencia en tomar el mando, se aplicaba también a otros horizontes.
Bueno, en horizontal, en vertical, de pie, de espaldas, en diagonal, lo que hiciera falta.
Le encontré un gusto morboso a la suerte de mirar los ojos de mis amantes justo un instante antes de que se corrieran. Había luz allí, destellos de una satisfacción hecha carne que me hipnotizaba, me calentaba por dentro y solo así podía alcanzar el orgasmo.
Desde luego, un psiquiatra se cebaría conmigo, tú mismo puede que me califiques como loca, pero yo no me siento así, aunque tuve mis épocas.
No sé cómo me estarás imaginando, pero nunca he vestido de cuero, en plan dominatriz, para inspirar respeto. Siempre impongo, tanto a hombres como a mujeres, y no es por cuestión de altura precisamente.
Soy de rasgos más guapos que atractivos, de tez clara y ojos y cabello castaño. Gozo una buena talla de pecho, aunque mis caderas, finas, no rotundas, me suelen quitar puntos con los hombres. Mi culo es prácticamente inexistente, pero al menos no tengo estrías o celulitis, y lo poco que poseo es más respingón que achatado. Lo cual, disimula todo lo anterior.
No me gusta usar maquillaje, a excepción del pintalabios. Que tiene que ser en tonos fuertes: marrón oscuro, rojo sangre, granates, dorados… Hubo un tiempo en el que no podía salir de casa sin él, o me sentía desnuda. Ahora me gusta más llevar un par en el bolso y pintorrear los labios de mis amantes con ellos.
A veces, cuando los ato y están arrodillados ante mí y les cruzo la cara con el dorso de mi mano, cuando el pintalabios se ha corrido y emborrona la mejilla, cuando me miran desamparados, airados, avergonzados, esperanzados…me invade una ternura inhumana, es apenas soportable, es…un sentimiento maravilloso, indescriptible. Es lo que me hace reincidente.
También, cuando me paso de la raya, bien porque he tenido un día particularmente malo, bien porque no me doy cuenta; cuando estoy a solas, en mi casa, lloro.
En ocasiones, el andar de la cama al lavabo me hace repudiarme a cada paso. Llegaba al espejo y rompía a reír a carcajadas, insultándome.
Los que me eran particularmente cercanos podían notar en mi voz que las cosas no marchaban bien, pero cómo decirles: No te preocupes, es solo que un esclavo rubio y guapísimo me ha dejado torturarlo. Me desquito a conciencia hasta molerlo a palos, y si me suplica por más, con gusto lo destrozo. Y todo eso antes, durante o después de una buena follada. En fin, la paliza que le propiné no consiguió robarme las ganas de seguir disfrutando de mis salidas secretas, pero sí que tengo más cuidado en elegir a los hombres con los que me acuesto. Nada de rubios para mí, los dos últimos con los que me lié se mearon encima antes siquiera de tocarles. Literalmente.
Si se es mujer, dominante y encima sádica; las probabilidades de encontrar una pareja al que le fuese ese royo era del 4%. Aunque podía ser peor, podría haber sido una mujer dominante, sádica y lesbiana.
Y con una estadística tan pobre me vi obligada a buscar experiencias en lugares que avergonzarían a un demonio.
Uno de ellos, y el que más frecuento, es el llamado Minimal. La primera vez que puse un pie allí estaba aterrada, y el austero decorado exterior no hacía mucho por motivarme. Solo el miedo corroía mis entrañas, me sentía como si por mis arterias anduviesen pequeñas cuchillas destrozándome por dentro los nervios. Me sentía mercurio, sentía mis venas mercurio, pesado, derretido, sembrado de chinchetas. Y aun así con interés por todo lo oculto a la vista.
Una vez dentro me invadió una serenidad sobrecogedora, era como verme desde fuera, mi cuerpo ya no era mi cuerpo, sino el de alguien más. Alguien que se movía con gracia y tranquilidad innata.
Recuerdo que la mayoría de los presentes en el hall dejaron de hablar y de entretenerse, posando sus miradas en mí, evaluándome. Era carne fresca, nueva.
Me sorprendió que la única mujer en aquel salón vistiera un bodi negro lleno de hebillas, estuviera descalza y llevase puesta una correa de perro. Más que chocante, fue la impresión, la vibración que transmitía de seguridad en sí misma. Estaba sola, rodeada de hombres fornidos y si le ocurría algo nadie podría oírla gritar. Nadie la rescataría allí dentro. Tampoco a ella. ¡Ay Dios mío!
La mujer me vio, y justo cuando pensé en dar media vuelta, me empujó hacia el mostrador e hizo sonar una campanilla, tal cual se tratase de un hotel.
Debió de percibir mi desasosiego, porque sonrió y luego se colocó un mechón rosa tras la oreja. Al principio creí que llevaba puesta una peluca, pero al estar tan cerca, descubrí que era un tiente. Uno en llamativo y eléctrico rosa.
Le di mis datos, me hice socia (antes de cambiar de idea) y me acompañó en un recorrido por la instalación. La mayoría de los hombretones de antes dejaron de mirarme al saber mi tendencia sexual, otros muchos no. Al fin y al cabo, por eso estaban allí, ¿no?
Y cualquier duda que hubiese podido albergar quedó mitigada ante la imagen que encontré en uno de los umbrales.
Más tarde descubrí que a aquel cuarto lo llamaban “La belleza del amor”. Y entendía perfectamente por qué.
Continuará.......