Paplishka no es tonto. Y si no se la sacó de encima es por alguna razón.
No solo Gazlene es paranoica.
Un día nuevo de escuela. A pesar de que era un lugar donde supuestamente iban a aprender y formarse para adaptarse en sociedad, ella consideraba que solo se trataba de un edificio que acumulaba basura en su interior, y, también, estancaba sus aulas de ignorancia.
Retornando un poco al pasado, Gazlene había pasado por diversas escuelas de la ciudad, pero en ninguna podía adaptarse bien. Su padre le decía que era culpa de ella, porque la trataba de vaga y masoquista, sin tomar en cuenta que tal vez ella sufría por no lograr tratar a los demás como quisiera. Y la madre, por su parte, opinaba que era culpa de la inapropiada conducta del progenitor y de los numerosos problemas de salud que padecía la chica.
Fuera como fuera, en la actualidad Gaz seguía llevándose mal con sus compañeros. Le parecían tan… imbéciles, inconscientes de todo lo que pasaba alrededor, en el mundo, en su ciudad e incluso en la propia familia; solo los veía hablar de asuntos banales que ni siquiera a ella le importaban en absoluto y ahogarse con drogas y exceso de alcohol todos los fines de semana o en cuanto “podían”.
Para ella así no iba la cosa.
Subiendo las escaleras que conducían al primer piso de los tres que había, con su característico uniforme arreglado y expresión fría aunque también distante, escuchaba como revolvían las cosas dentro de su mochila. Trataba de no decir nada porque ese día no tenía ni la más mínima gana de renegar, mucho menos con unos muñecos endemoniados como lo eran esos.
De vez en cuando, con cada escalón que pasaba, miraba de reojo el cierre de la mochila, cada vez con más intensidad y molestia.
-Gaz… No podemos respirar. Abre el estúpido cierre en este momento, o comenzaré a gritar a los cuatro vientos tus planes de… - la voz de Paplishka fue interrumpida por la presencia de una chica.
-¡Gazlene! ¡Gazlene! – se aproximaba corriendo una adolescente de estatura media, morena, cabello negro y lacio de ojos azules – Que bueno que viniste – dijo agitada , tratando de recomponer la postura – Hoy hay trabajo practico y te quería preguntar si lo quieres hacer conmigo y los chicos.
-Ni de muerta- dijo la otra secamente, tan rápida como un rayo e igual de fulminante - La última vez que hice uno con ustedes, terminé haciendo todo el trabajo. No pienso quedarme madrugando en mi habitación solo por la incompetencia ajena y la falta de compromiso.
-Pero yo nunca he hecho eso… es más, leía lo que imprimía y como eras líder de grupo te lo entregaba a ti.
-Claro. Eso explica como luego te fuiste de vacaciones en plena temporada de pruebas y trabajos prácticos y me dejaste rascando las paredes a mí. A decir verdad, fue una maravillosa excusa. Bastante ingeniosa y lo suficientemente convincente como para que el profesor de historia se compadeciera.
-¡Eso Gazlene! No dejes que nadie te pase por encima. Recuerda que tu cuello está primera antes que el de los demás , así que ignora todas aquellas palabras bonitas y maquilladas de una pobre mocosa que apenas sabe como exhibir su pequeña delantera y hacer brillar sus ausentes neuronas de ignorante – Cuando Paplishka quería ser cruel , lo era. Pero notó que Gazlene lo decía por ella misma, no porque él se lo recitara. Esto lo molestó bastante.
-Por favor Gazlene, te lo pido de rodillas si es necesario – rogó la chica juntando las manos – Hazlo por tu amiga.
-“¿AMIGA?” – pensó con sorna tanto Gaz como Paplishka.
-Gaz, haz lo que tengas que hacer. Pero mientras sea para tu bien – aconsejó Hadamantis, que era aplastada por Paplishka y unos cuantos libros.
-No lo haré. Ni lo sueñes. Así que… con permiso – y sin decir más, pasó por al lado de su compañera muy campantemente para irse al salón.