Hola, Mmm, esta historia demente, disparatada y mala, sobre todo lo último, se me ocurrió hace como un año, a raíz de un sueño que tuve. Esa vez soñé que desaparecía mi color favorito, el rojo. Entonces, en cuanto desperté, pensé qué sucedería si de veras no puediera tolerar ese color por alguna razón. ¿Cómo sería vivir evitando algo que lo enferma a uno y que en todos lados está presente?
Aaah, anoche escribí el prólogo, así que lo dejo. Ah, no se preocupen, tampoco espero comentarios xDDD.
Nos vemos en la siguiente actualización. Saludos a todos los que se pasen por aquí (Si se pasan xDDD)
Prólogo
Sabía que estaba soñando, pero aún así, no podía despertar. Se encontraba adherido al sueño como si este fuera una potente cinta adhesiva en la que su subconsciente lo tenía sujeto sin posibilidad de escapar, por eso es que pudo revivir aquellas escenas que desde pequeño había calificado de malditas.
Ahí estaba de nuevo, viéndose como un niño de escasos ocho años, trepado en la cama y formando con su cuerpo delgado y desnutrido, un ovillo, porque los gritos de su padre aterraban su completo ser. Dentro de poco, una vez que su padre hubiese casi saciado su ira contra su madre, entonces lo buscaría y terminaría de saciarla con él por medio de una cruel y sanguinaria paliza, hasta que lo dejara desmayado, lo que él siempre agradecía porque lo privaba unos momentos del dolor físico y emocional a causa de las graves circunstancias que padecía, no solo él, sino también su madre, que ambos padecían al lado de su padre.
Así que ahí se estuvo, esperando con aquel terror que lo paralizaba, que le impedía moverse. Al principio, cuando su padre comenzó a portarse así con ellos, él intentó huir varias veces, pero su padre siempre lo atrapó desde el mismo inicio del intento y descubrió que le iba peor que cuando dejó de intentarlo, así que ahora no importaba tanto el que no pudiera moverse, que el terror que sentía lo paralizara de esa manera.
Lo único que su terror le permitía hacer antes de paralizarlo, era cubrirse por completo con las frías mantas de la cama, como si de esta manera pudiera desaparecer de las miradas furiosas que de cuando en cuando su padre le lanzaba, mientras golpeaba a su indefensa madre de manera tan salvaje que su madre no podía acallar los gemidos de agudo dolor, esos gemidos que escapaban de manera involuntaria, porque él sabía que si ella pudiera, los guardaría en secreto, solo para ella, porque no quería asustarlo más de lo que ya estaba y por ello es que eran solo gemidos y no gritos.
Gritos eran los que lanzaba su padre contra ella en una infinidad de insultos a la vez que sus puños y pies se ensañaban contra el bello y frágil cuerpo de la mujer más hermosa que existiera sobre la tierra, porque para él, a sus ojos, su madre era la chica más bella y no existía una mamá como la suya, por eso no comprendía la actitud de su fúrico y demente padre que había cambiado su forma de ser, que aquel padre que había conocido los primeros seis años de su corta vida, había desaparecido. De ser un amoroso, gentil, cuidadoso y amable padre y esposo, se había convertido en esa fiera sin control, deseosa de destruir a los que en un tiempo fueron sus seres más queridos.
En ese entonces no tenía manera de saber lo que hacían las drogas al cerebro, lo único que sabía en ese entonces, era que no podía más con semejante tortura y deseaba que terminara de alguna forma.
Y esa noche terminó.
Y la forma en la que terminó lo sumió en un estado de desesperanza, dolor y amargura que duró años. Esa noche quedó huérfano de madre y el trauma sufrido al verla en aquel charco de sangre, ese líquido rojo oscuro, pegajoso, tibio y con un penetrante olor acre, quedó impreso en su aterrada mente y lo persiguió en sus sueños sin descanso, saltándose en parte a la vida real.
Porque esa noche, la paliza se convirtió en un destazadero, una carnicería terrible donde su padre fue el carnicero, su madre la res y él iba a ser el corderito, pero por primera vez, la intervención de los vecinos lo había salvado, no solo de la paliza, sino de convertirse en víctima del enorme cuchillo de cocina que su padre había tomado y con éste, había rebanado el vientre de su madre, le había acuchillado el pecho varias veces y por último, le había destrozado la yugular y los secos golpes del cuchillo penetrando y desgarrando la carne de su madre, así como los desconocidos gemidos de ella, extraños a sus oídos, diferentes a los usuales, roncos grititos envueltos en escalofriante terror, fue lo que hizo que él dejara la seguridad de las mantas y saliendo de ellas, había presenciado la carnicería, el asesinato de su hermosa madre y entonces gritó, él gritó tan fuerte que su garganta se desgarró, pero el hecho de gritar lo liberó por un momento del terror, lo que le permitió saltar de la cama y lanzarse sobre el cuerpo de su madre en intenso deseo de protegerla, pero su madre ya estaba bañada en su propia sangre, mirando boca arriba el techo, haciendo extraños y macabros soniditos sordos con su garganta, de donde brotaba la mayor cantidad de sangre y su mirada vidriosa por el dolor, la angustia y la agonía, iba opacándose irremediablemente. Sus oídos al parecer sordos a sus súplicas de que no lo dejara solo, ignorante ya del terror de su pequeño hijo y su vano intento de detener su sangrado.
Las pequeñas manos moviéndose por las heridas, empapándose del líquido rojo, tibio y espeso, apretando aquí y allá, sin percatarse que su padre estaba por descargar un golpe certero con el cuchillo contra él, en su espalda, pero fue entonces cuando los fuertes gritos y los atronadores golpes en la puerta del departamento, el que era muy pequeño, lo hicieron detenerse y huir sin completar su sangrienta obra.
Su padre había huido por la escalera de emergencia ubicada en la parte de atrás del edificio de departamentos, pero eso a él no le importó, ni siquiera el hecho de que lo apresaran una semana después y lo condenaran en prisión a cadena perpetua. No, eso no le importó, sino el hecho de que esa noche lo había marcado para siempre y esa noche lo seguía sin tregua y como siempre, el sueño, o mejor dicho la pesadilla, terminó cuando la sangre de su madre lo empapó por completo, pero como si eso fuera poco, el viscoso líquido rojo siguió manando de su madre en tan gran cantidad que comenzó a inundar la habitación, como si fuera una piscina en donde él poco a poco quedó flotando en la sangre, atrapándolo, llevándolo hacia abajo para ahogarlo cuando no logró mantenerse a flote, porque la sangre parecía tener manos que lo sujetaron y mantuvieron en el fondo de la habitación mientras la sangre llegaba hasta el techo, y él abajo manoteó y pataleó lleno de desesperación por la falta de oxígeno al no permitirse respirar, sintiendo que sus pulmones explotaban por la exigencia del elemento, entonces, finalmente, sin poder aguantar la respiración, abrió las fosas nasales y la boca y mientras lo que entraba por ellos era la sangre gruesa y pesada, despertó en medio de gritos agudos, llenos de pánico.
Dick Sullivan se incorporó bañado en sudor, gritando y manoteando, como si nadara o intentara nadar. La desesperación por la falta de oxígeno que su cuerpo experimentó en la última parte de la pesadilla, le hizo jalar aire angustiosamente y no dejó de aspirar hasta que sintió bien llenos los pulmones del vital elemento.
-¡Maldición!- gimió con voz temblorosa- ¡Maldita pesadilla! ¡Estoy harto de ella! ¡Maldita sangre! ¡Maldito color rojo! ¡Detesto ese color! ¡Odio ese color!
Se levantó de la cama. Comenzaba a amanecer, así que aún temblando por la pesadilla, fue al par de ventanas que la habitación tenía para asegurarse de que las gruesas cortinas no le permitieran ver el rojo amanecer, porque si llegaba a ver algo con ese color, se pondría enfermo… muy enfermo.
Tal vez continúe. Nah, sí, seguro que sí xDDD