La saludó correctamente, como la señorita con clase que era.
-La gracia de Dios – respondió presentándose. Sonrió de todos modos, aunque hubiese sonado eso un tanto fanfarrón.
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-Cariño… ¿Dónde estás? – empezó a marearse y a tambalear. El barco la mareaba en demasía. Soltó la bandeja con comida, dejándola caer al suelo y se desmayó.
De “casualidad” Kagura pasó por el solitario pasillo de la sección de los camarotes y la vio tirada en el suelo. Con una brillante idea de por medio, se sacó la corbata que traía puesta y se la puso en los ojos, alrededor de la cabeza. La tomó entre sus brazos y la acostó en una de las camas de los tantos camarotes vacíos.
-Linda , ¿Nadie te ha dicho que no se puede robar? – se le subió encima y comenzó a desvestirla , sin antes manosearla previamente.