—Déjame cambiarme— Insistió. esquivaba sus peligrosos besos que amenazaban su integridad. Siquiera podía zafarse de tal agarre, pues estaba aplicando tanta fuerza que apenas podía circular su sangre.
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—Lo sé. Por eso no la castigué, aunque dije que iba a hacerlo si seguía gritándome.
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—Así que le has dicho que viniera para rescatarte ¿No es cierto? Maricón.
—Cállate perra. Yo no le he dicho nada a nadie , y tendrías que estarme agradecida por eso.