Sólamente una vez, por un par de días, le tuve miedo a la oscuridad. Fue cuando murió mi abuelo, pero eso fue porque no comprendía muy bien qué era la muerte. Recuerdo haberlo tocado y su piel fría, esa frialdad que sólo da la muerte, quedó fija en mis manos, esa frialdad que impedía que mi abuelo pudiera moverse, levantarse y sonreirme como solía hacerlo, privándolo de toda actividad y esa noche, la oscuridad se me hizo igual que esa frialdad. Esa oscuridad que cesaba las funciones del día, noches frías, pues era invierno, que en mi mente se asemejaron a esa frialdad.
Como dijo Chronus, no le temía en sí a la oscuridad, sino a lo que pudiera salir de la oscuridad. Y en ese momento pensé que la frialdad que envolvía a mi abuelo, podía envolverme a mí.
Hoy no puedo dormir con luces encendidas y cuando duermo en algún hotel si estoy de paseo, me fastida mucho que la luz del alumbrado público entre al cuarto.