- Abuelo, ¿Por qué estás siempre así, acostado?- le pregunté.
- Y… eh… es que estoy cansado, cansado de trabajar… trabajar es aburridísimo, ¿no?
Me respondió, mirándome con su rostro arrugado y sonriente. “¡Con razón!”, pensé, “Después de tantas horas de trabajo por día, durante tantos días, meses, años y más años, iba a llegar un momento en que se cansaría de hacer siempre lo mismo; y éste invierno es ideal para descansar tooodo lo que trabajó, y dedicarse a cosas más importantes, como hacer lo que le gusta y ser feliz.”.
Mi abuelo miró el techo y masculló palabras cortas, hablando consigo mismo.
- … es aburridísimo… por eso, cuando crezcas, tratá de vivir de lo que te guste. ¿Qué vas a ser cuando seas grande?
- ¡Profesor y caricaturista!- respondí con entusiasmo.
- ¡Jaja! ¡Claro que lo serás! ¡Ése es mi nieto!- y me despeinó con su mano fría- Ése es mi nieto…
y volvió a recostarse sobre su almohada, mirando el techo con sus ojos lacrimosos.
Me tomó levemente con su mano temblorosa.
- Mirá, que dormir todo el tiempo también es aburrido. Pero no va a ser siempre así, nomás por unas semanas, hasta que recupere todas mis energías. Un día de éstos me voy a levantar, y me iré de vacaciones… viajaré a… a…
Estiró su brazo para levantar la persiana, y señaló en lo alto del cielo.
- ¡Allá! ¡A la luna!… ya me viste trabajando en la carpintería, y también cómo arreglé el televisor, el lavarropas… bueno, herramientas no me faltan, y la cabeza tampoco: ¿Por qué no podría yo construir una hermosa Nave Espacial?...
Contemplábamos cómo la luna se asomaba entre las nubes, brillante y misteriosa. Mi abuelo empezó a contarme historias fantásticas sobre extraterrestres, ciudades ultramodernas, playas de arena azul y mamíferos de siete patas.
- … pero todavía no te podré llevar allá: sos muy chiquito, y tendrás que aprender muchísimo de este mundo antes de vivir en aquél otro. Pero no te preocupes, sólo me iré de vacaciones, y cuando regrese, te regalaré una piedra lunar, la más plateada de todo el universo… ¡Ja! Ni Julio Verne la hubiese imaginado… pero ya, andá a dormir, que es muy tarde y mañana tenés que ir a la escuela.
Nos despedimos y me fui corriendo por las escaleras. Desde mi cama seguí mirando la luna, hasta caerme de sueño.
Cuando desperté ya era mediodía, demasiado tarde para ir a la escuela. Mamá me quitó la sábana y me dijo:
- Cambiate rápido, así nomás, que ya nos vamos.
Me vestí desordenadamente y bajé corriendo. Me extrañó ver la radio apagada y el sofá vacío.
- ¿A dónde vamos? ¿Dónde está el abuelo?- le pregunté a Mamá. Pero no me escuchó.
Apagó las luces, cerró todo y me llevó al asiento trasero del auto.
Pasamos todo el viaje en absoluto silencio, apenas disimulado por el murmullo de la radio.
Detuvo el auto bruscamente, y me llevó hasta un edificio grande y blanquecino, en el cual había mucha gente de diversas edades, todos esperando, tan desordenados y serios como Mamá.
Me llevó a los tirones hasta encontrarme con Papá, quien también se veía preocupado. Luego se nos acercó un señor canoso, con delantal blanco y una extraña herramienta colgada de su cuello. Charló con mis padres en un lenguaje complicado, del que apenas capté palabras como "corazón", “pulmones”, “respirar”, “operación”, “riesgo”…
Comprendí que al abuelo lo iban a operar. “¡Pero claro!”, pensé, “En la luna, el aire debe ser distinto, y nuestros pulmones son muy débiles para respirar ese nuevo aire. Esos científicos, con sus herramientas más avanzadas, van a transformar sus órganos para que se adapten a la luna. ¡Viejo creído! Sus herramientas estaban muy viejas para ser usadas, y la casa era muy chica… ¡Seguro que en este gran edificio le estarán construyendo una gigantesca nave espacial!”
Sonreí, pero mis padres permanecieron tristes y callados. De a ratos, Mamá se distraía leyendo una revista y enseñándome a leer, mientras papá escondía su rostro en la ventana. Por el pasillo pasaban abuelos de otras familias, sentados en sillas de ruedas o recostados en sus camillas.“¡Cuánta gente cansada de trabajar!”…
Luego de una larga espera, ya en plena noche, el científico canoso regresó, y se llevó a Papá por el pasillo, para hablar en secreto.
Cuando Papá regresó, todavía temblaba de frío.
Apenas salimos, Mamá ya estaba llorando, y a Papá, que nunca lo vi llorar, se le escapó una lágrima.
- Papá… ¿Por qué llorás? ¿Qué pasó con el abuelo?
Pero sus lágrimas no dejaban de caer. Se secó los ojos y me respondió:
- Se fue… se fue al cielo.
Y los tres nos abrazamos, levantando nuestras miradas hasta el cielo. La luna se asomó entre las nubes, siempre brillante y misteriosa.
”¡Ah! La luna es tan lejana, y tan hermosa… ¡Viejo vagoneta!... Será por eso que nunca quiso volver…”